Capítulo 3

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Harry bajó diez minutos después con su uniforme de Slytherin perfectamente ordenado, su cabello rebelde y su expresión completamente despreocupada y tranquila como si nada en el mundo lo molestara. Encontró a Daphne hablando con Tracy, ambas se veían serenas, aunque Daphne aun tenía la nariz hinchada que fácilmente podía atribuirse a un resfriado. Fuera de eso, no había nada que indicara que había pasado algo malo o inusual como lo que había ocurrido diez minutos atrás.

- ¿Vamos? - preguntó Tracy y ambos asintieron, dándose una mirada silenciosa y un acuerdo mutuo de no volver a hablar de lo sucedido.

En el Gran Comedor, los tres primeros años se sentaron en su respectiva mesa y empezaron a desayunar a gusto cuando el profesor Snape se acercó a ellos.

- Sus horarios - dijo - Potter - hizo una mueca - te llevaré con el director cuando acabes de desayunar, quiere hablar contigo - con eso, se fue, su capa ondeando detrás de él.

- ¿Qué querrá? - preguntó Daphne.

- No lo sé - Harry suspiró, aunque sabía que mentía, se hacía una idea - pero mejor voy ya.

Se despidió de sus nuevas amigas y siguió al profesor de pociones, que estaba en la entrada del salón, a la oficina de Dumbledore.

- Bastones de caramelo - Snape rodó los ojos mientras decía la absurda contraseña.

Una gárgola se hizo a un lado, revelando unos escalones, por los que los dos subieron. Antes de que pudieran tocar siquiera la puerta, un "¡Pase!" del director se oyó desde adentro.

Harry abrió la puerta para encontrarse con la sala más extravagante que había visto nunca, había un montón de artefactos extraños que zumbaban en varias mesas redondas, lo que parecían decenas de retratos colgados desde el piso hasta el techo y un gran escritorio de roble, detrás del cual se encontraba Albus Dumbledore con sus ojos azules brillantes, sus gafas de media luna y su absurda y exagerada barba de papá Noel.

Harry notó que no estaba solo, justo en una esquina detrás del director, habían tres personas: James, Lily y Aiden. Sus "padres" lo veían neutralmente, aunque él lo sabía mejor, había algo de rabia y repulsión en sus miradas. Aiden, por otra parte, lo veía con una sonrisa arrogante, como si ese fuera el momento para demostrar a todo el mundo que era mejor que él.

- ¡Ah, Harry! ¿Cómo estás? - dijo Dumbledore con su sonrisa de abuelo.

- Tan bien como se puede estar, señor - se encogió de hombros.

- Quería saber cómo te estás adaptando a la escuela, es un lugar espacioso e imagino que no estás acostumbrado a salir con regularidad - lo miró con una sonrisa que decía que sabía exactamente lo que sus padres le habían hecho y que, de hecho, lo había alentado.

Harry apretó los puños.

- Muy bien, señor, gracias por su preocupación - fingió Harry con la más deslumbrante de sus sonrisas - es un lugar enorme, hay muchos sitios a los que ir.

- Me alegra que la estés pasando bien, muchacho - la vista de Harry fue hacia los Potter.

- ¿Qué hacen aquí? - preguntó señalándolos, James lo miró con el ceño fruncido.

- Averiguar por qué estás aquí, no llegó la carta de Hogwarts para ti, eres un squib, no deberías estar aquí. Ven, nos vamos a casa - James se acercó a su primogénito con la intención de tomarlo de la oreja y llevarlo a la red flu, pero Harry no se iba a contener con el bastardo al que tuvo la mala suerte de llamar padre.

Golpeó la mano de James, seguido de un puño a su nariz, le pegó una patada en las costillas y lo tiró al suelo con facilidad sorprendente.

- No puedes decirme que hacer - gruñó mientras veía como tres de las cinco personas ahí lo veían horrorizados, James no contaba, ya que estaba en shock y Snape, que aún no se había ido lo vio con una desagradable pero alegre sonrisa - No eres mi padre y no soy tu hijo, no lo he sido desde que cumplí seis años y me echaste de la familia y por si no lo sabías, no llegó mi carta de Hogwarts al lugar que llamas hogar porque no vivo ahí desde hace años.

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