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Antes de que cayera al piso, él me sostuvo, me llevó cargada como un saco de papas al sofá. Me soltó con mucho cuidado en el mueble; el arma hizo presión en mi piel, por lo que al instante reaccioné y me puse de pie.

- ¿Tú quién eres? Te pareces a mi esposo, pero no eres él, yo... yo... yo lo vi muerto –empecé a tartamudear–, incluso lo saqué de la tumba para hacerle una autopsia, y estaba muerto, ¡bien muerto! –Mi cuerpo comenzó a temblar.

- Pareciera que te pusieron en modo vibrador –bromeó–, estas temblando mucho. Lo mejor es que te sientes, para explicarte.

Con mucho cuidado me senté de nuevo en el sofá, sin despegar mi mirada de la suya.

- Primero, no soy Michael, soy su hermano gemelo. –Empezó a explicar.

- ¡¿Su hermano qué?! –Grite tan fuerte que él se asombró.

- Shhh, no grites o no te explico nada.

Asiento con la cabeza para que prosiga.

- Como te decía, soy el hermano de Michael. Antes de él conocerte, pertenecíamos a un grupo de traficantes. Íbamos a discotecas casi todas las noches a vender nuestras mercancías, entre otras cosas más. Éramos un grupo inseparable, hasta que uno nos traicionó con el bando rival. Hubo guerras y caídas, una parte de nuestro grupo murió a manos del traidor. Les contó dónde estaban nuestras guaridas, dónde nos podía encontrar y dónde guardábamos nuestra mercancía. Nuestros rivales nos ganaron, tuvimos que huir de la ciudad, otros se fueron del país para poder sobrevivir.

Michael y yo fuimos unos de los que escapo del país, decidimos venir aquí Republica Dominicana, es un lugar hermoso, con playas, ríos, un lugar mágico donde podaríamos encontrar paz. Seguimos con las ventas, ya que no teníamos de qué sobrevivir, pero mantuvimos el perfil bajo. Y aquí entras tú, cuando él te conoció, quiso cambiar de vida, busco un trabajo legal, se desconectó del mundo callejero... parece que en verdad el amor hace que las personas cambien.

Estoy atónita, sin palabras, la verdad. Michael nunca me habló de su vida pasada. Cuando le preguntaba por su familia, me cortaba y cambiaba el tema. Nunca fue capaz ni siquiera de decirme que tenía un gemelo.

Como estoy sentada frente a él, estudio sus facciones. Tiene los mismos ojos azules que Michael, los labios gruesos, el mismo color de piel, incluso hacen los mismos gestos al hablar, le note el mismo tic nervioso de mover los pies al sentarse recto.

- ¿Y qué paso contigo?

- Yo seguí mi rumbo. Viajé a distintos países, conocí nuevas culturas.

- ¿Cómo sabes que mataron a Michael?

- De cuando en veces, Michael y yo nos enviábamos mails. Vine de regreso a Republica Dominicana a ver cómo seguía mi hermano después de tantos años. Al llegar al país, vi al traidor de Maicol. Comencé a seguirlo; descubrí dónde se hospeda y cuáles lugares visitaba con frecuencia.

Quede con Michael para hablarle sobre lo que había descubierto. No sé cómo Maicol se enteró, pero supo dónde estábamos, y ahí fue que aconteció la tragedia –su voz se quebró–. Cuando Michael se desmonto de su auto, Maicol lo atropello –bajó la cabeza.

Me senté en el sofá donde se encontraba él, y sin pensarlo dos veces, lo abracé; sin vergüenza ni pena, empezó a llorar. Lejos de ser fuerte, empecé a llorar con él. Fue un sentimiento mutuo, cada uno compartía el mismo dolor, la misma rabia.

Armada de valor, me puse de pie frente a él

- Haremos justicia a su muerte –me sequé las lágrimas–, y todo aquel que se interponga en nuestro camino, también sufrirá las consecuencias.





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Verdades que matanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora