Prólogo

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Rabastan Lestrange.

Era el potentado que en aquellos días poseía la Mansión de los Ryddle, no vivía en ella ni le daba uso alguno; en el pueblo se comentaba que la había adquirido por "motivos fiscales", aunque nadie sabía muy bien cuáles podían ser esos motivos. Sin embargo, el potentado continuó pagando a Frank (un jardinero que anteriormente empleaba para los Ryddle) para que se encargará del jardín.

El mundo muggle conocía a Rabastan Lestrange como Stan Strange, ¿irónico, no?. Solo le restaba letras a su nombre y apellido, y tenía una total nueva identidad. Haciendo uso también de la poción multijugos o de su máscara para hacer cambio de su apariencia cuando se requería. Era peligroso ser reconocido tanto en el mundo muggle como en el mundo mágico.

Pues el Ministerio de Magia aseguraba que Rabastan Lestrange se había quitado la vida tras sentirse culpable por la muerte de su amada esposa Adhara Scamander.

Cuando se hallaba fuera de sus aposentos con sus sobrinos, siempre hacia uso de su mascara. Le cubría la parte inferior del rostro. Desde el puente de la nariz hasta la mandíbula marcada que poseía. Solamente dejaba ver aquellos ojos azules vibrantes que tenía. Aquellos ojos que no tenían un brillo peculiar y sereno. Era un brillo que te daba escalofríos cada que se hacia contacto visual con él. Podías deleitarte con su color y con el terror que te empujaba hacia ellos.

Su mirada era de temer.

Mirada que compartía con su hija Violet Lestrange. Draco Malfoy lo dijo una vez: "¡Violet!. Ella podría ser la genio de todo esto—dijo Malfoy con una sonrisa—. ¿Han visto como es? ¡Es malvada! En sus ojos lo puedes notar."

—¡Señor Strange! —escucho el mago oscuro mientras se adentraba al jardín tan perfectamente cuidado por Frank—. Es un gusto verlo, señor.

Rabastan no le dio importancia a su saludo y se acercó hacia el muggle que estaba a punto de cumplir los setenta y siete años. Frank estaba bastante sordo y su pierna rígida se había vuelto más rígida que nunca, pero todavía, cuando hacia buen tiempo, se lo veía entre los macizos de flores haciendo un poco de esto y un poco de aquello, si bien la mala hierba le iba ganando la partida.

—¿Algún acontecimiento? —preguntó Lestrange con aquel tono monótono y frío que le daba temor escuchar a Frank.

—No, señor —dijo tratando de ahuyentar sus nervios.

—Bien —le entrego una pequeña bolsa de mimbre con la usual cantidad que le daba por cuidar el jardín—. Vendré dentro de 30 días.

—Por supuesto, señor.

Lestrange giró su cuerpo y miró por una vez más hacia la mansión, cuando pudo notar algo. Veía algo raro arriba en la vieja casa. Como una luz titilante que sobresalía por la ventana.

—¿Alguien ha entrado? —preguntó apuntando hacia la ventana.

Frank observó hacia donde se refería. También pudo notar aquella luz que titilaba.

"Los niños". Pensó.

En una o dos ocasiones habían entrado a la casa a raíz de una apuesta. Sabían que el viejo jardinero profesaba veneración a la casa y a la finca, y les divertía verlo por el jardín cojeando, blandiendo su cayado y gritándoles con su ronca voz. Frank, por su parte, pensaba que los niños querían castigarlo porque, como sus padres y abuelos, creían que era un asesino.

Violet Scamander y el Cáliz de Fuego (Reescribiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora