LA COSECHA

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Durante el primer año, Jo y su profesor trabajaron, esperaron y se amaron; se reunieron en contadas ocasiones y se escribieron cartas tan voluminosas que, a decir de Laurie, provocaron un alza en el precio del papel. El segundo año tuvo un inicio más triste porque la perspectiva no parecía mejorar y, además, la tía March murió repentinamente. Cuando la pena empezaba a menguar —porque, a pesar de su afilada lengua, querían a la anciana—, descubrieron un motivo de celebración: Jo había heredado la casa de Plumfield, lo que prometía tocia clase de perspectivas halagüeñas.

—Es una propiedad vieja, pero conseguirás una buena suma por ella, porque imagino que querrás venderla, ¿no? —preguntó Laurie cuando, semanas después, se reunieron todos para comentar el asunto.

—No, no pienso hacerlo —contestó Jo, decidida, mientras acariciaba al gordo perro de la tía March, que había adoptado por respeto a la memoria de su antigua ama.

—¿No pretenderás vivir allí?

—Pues sí.

—Querida, es una casa enorme y necesitarás dinero para mantenerla en buen estado. Solo el jardín y el huerto requieren del trabajo de dos o tres hombres, y me parece que ese no es el fuerte de Bhaer, ¿me equivoco?

—Si se lo pido, hará lo que pueda por aprender.

—¿Y qué esperas, vivir de lo que cultivéis? Puede que suene idílico pero es un trabajo duro y desesperante.

—La cosecha que tendremos será muy provechosa —dijo Jo entre risas.

—Vaya, ¿y puedo saber de qué estupenda cosecha me habla, señora?

—¡Niños! Quiero abrir una escuela... una escuela que sea como un hogar en el que aprendan a ser buenos y felices. Yo los cuidaré y Fritz les dará clase.

—¡Qué idea tan estupenda! ¿No os parece que es un plan perfecto para ella? —preguntó Laurie al resto de la familia, que estaba tan sorprendida como él.

—Me gusta —dijo la señora March, rotunda.

—A mí también —convino su esposo, que celebraba la posibilidad de aplicar el método socrático a la educación de los jóvenes.

—Jo tendrá demasiado trabajo —argumentó Meg acariciando la cabeza de su absorbente hijo.

—Ella puede hacerlo y se sentirá feliz. Es una idea espléndida. ¡Cuéntanoslo todo! —exclamó el señor Laurence, que ansiaba echar una mano a la pareja pero sabía que ellos no aceptarían su ayuda.

—Sabía que contaría con su apoyo, señor. Amy también está a favor, lo veo en sus ojos, aunque, prudentemente, prefiere pensarlo bien antes de dar su opinión. Bueno, querida familia —prosiguió Jo, más en serio—, tened en cuenta que no se trata de una idea que se me acabe de ocurrir, sino de un plan largamente elaborado. Antes de conocer a Fritz, ya solía pensar que, cuando me hiciese rica y nadie me necesitase en casa, alquilaría una vivienda grande y acogería a unos cuantos niños abandonados que no tuviesen madre, para cuidarlos y hacerles la vida agradable antes de que fuese demasiado tarde para ellos. He visto a muchos arruinar su vida por no conseguir ayuda en el momento oportuno; me encantaría hacer algo por ellos. Yo sabría ver sus necesidades y comprendería sus problemas. ¡Oh, me gustaría tanto ser como una madre para ellos!

La señora March tendió la mano a Jo, que la aceptó con una sonrisa y lágrimas en los ojos y prosiguió con un entusiasmo que no le habían visto en mucho tiempo.

—En una ocasión, le expliqué mi idea a Fritz y dijo que era exactamente lo que él quería hacer, y acordamos que lo haríamos cuando nos volviésemos ricos. ¡Que Dios le bendiga! Lleva haciéndolo toda la vida, me refiero a ayudar a niños pobres, no a hacerse rico. Eso nunca lo será porque no es capaz de retener el dinero en su bolsillo el tiempo suficiente para que aumente. Pero ahora, gracias a mi vieja tía, que me quería más de lo que merecía, soy rica... O cuando menos, me siento como si lo fuera, y si la escuela funciona bien podremos vivir en Plumfield sin apuros. El lugar es perfecto para los niños, la casa es grande y los muebles son sencillos y resistentes. Dentro, hay sitio para muchos y, fuera, les sobrará espacio para jugar. Podrían ayudarnos con el jardín y el huerto. Es un trabajo saludable, ¿no? Fritz les enseñará y dará clases a su modo, y papá podría echarle una mano. Yo me encargaré de darles de comer, cuidarlos, mimarlos y reñirlos, y mamá será mí ayudante. Siempre he querido tener muchos niños y nunca he tenido suficientes. Ahora podré llenar la casa y divertirme con ellos. ¡Imaginad qué lujo! Plumfield mío y un montón de niños libres disfrutándolo a sus anchas junto a mí.

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