Capítulo II

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Ahora soy parte de la caridad. No me agrada la idea de formar parte de estas prácticas. Son las cosas que hago por Lorena, mi amiga desde que tengo uso de razón.

Lorena es una chica blanca, pálida, como un vampiro, casi parece albina a pesar de no serlo. Suele vestir ropa negra bastante sencilla y tiene un cabello corto en forma de hongo tan popular en los jóvenes. Para ser honesta, de jóvenes no tenemos nada; Lore tiene treinta años, mi hermana y yo veintisiete y veintiséis, siendo yo la mayor de entre las dos. Nuestros padres son amigos desde su infancia, mucho antes de que el mío se haya labrado un nombre y se haya vuelto millonario. Mi amiga y su familia son personas humildes y un poco religiosas; es la clase de persona que se quedaría sin comer con el solo hecho de saber que pudiste hacerlo tú. Pensarán que somos unos egoístas tomando en cuenta nuestras diferencias sociales, pero toda aquella familia rechaza la mayor parte de los gestos que representan grandes gastos; ellos creen en el valor del trabajo duro, lo más importante es siempre ganarse el pan con mucho esfuerzo. Ella es un poco bajita, de un metro sesenta a duras penas, no suele asistir mucho a nuestras fiestas, no tiene nada que hacer. Personas como ella se mantienen sanas y solo tienen sexo en relaciones íntimas. Yo me siento casi virgen, estoy segura.

Bajamos las escaleras y la gran sala se dibujaba frente a nosotros con muchas personas bailando y disfrutando. Lorena seguía tomando mi mano y buscaba con la mirada algún punto.

—¿¡Dónde dices que está ese inepto!? —Pregunté desgarrando mi garganta por el sonido de la música.

—¡Por alguna parte de esta sala! —Respondió en otro grito.

—¿¡Y si se lo llevaron!? —Dudé un instante.

—¡Es una posibilidad!

Aún sin soltarme, la chica me llevó a la derecha. A la izquierda se reflejaban las luces del patio bajo la noche, con una gran piscina que estaba siendo acaparada por gente de todo tipo. En nuestro camino estuvimos rodeando multitud de personas. La sala en el centro tenía unas escaleritas que hacían un recuadro que servía como una especie de pista de baile; justo en aquel sitio nos encontrábamos, abriéndonos paso por toda la multitud. Chocamos un par de veces con un montón de bobos, Lorena se disculpaba en un grito por cada uno que atravesaba; yo soy la dueña de la fiesta, no perderé mi tiempo en disculpas.

Atravesamos la pista y justo al frente de nosotros se encontraba Angélica rodeada de un par de personas.

—¡Vamos!

—¡Vamos! —Vitoreaba la multitud.

Ella estaba como si fuera a jugar la konga, solo que en versión de adictos y alocados. Estaban preparando un cóctel en su boca, algunos la sostenían para que no se cayera. Dos tipos majos, uno moreno y el otro rubio, musculosos como fisicoculturistas, eran los encargados de prepararle la bebida en sus labios. Por suerte Angélica llevaba un short, de usar una falda, comprometería muchas cosas para los que estén en mi posición. La verdad eso lucía divertido, me quedé inerte en el paisaje con cara de tonta, impresionada y curiosa.

—¡Eh!,¡Aquí conmigo, An! —Lorena me palmeó suave la mejilla.

—¡Vamos a unirnos al juego de allá! —Apunté al frente—. ¡Al mojón drogado aquel seguro se lo llevaron!

—¡No lo han hecho, lo sé!

Ella tiró de mi mano y me dejé llevar. Atravesamos un poco más del sitio, ya podía ver las columnas que sostenían el piso de arriba, además de la entrada de la mansión. Ella dobló a una esquina izquierda antes de la entrada, ahí se encontraba nuestra cocina más sencilla. Ahí servimos nuestros típicos vasos de plástico de color rojo, además está la nevera para los débiles que acompañan sus bebidas con un jugo o un refresco. Apenas entramos había un hombre en la esquina reposando, como si estuviera descansando.

—¡Es él! —Mi amiga se exaltó.

—¿Y qué hacemos con él?

—¡Llama una ambulancia, detén la fiesta! —Se agachó y comenzó a inspeccionarlo.

—No llamaré a una ambulancia —Negué disgustada—. No uso el dinero para comprar problemas.

—¡Claro que lo haces! —Agitó sus manos.in

—¿Qué tiene el muchacho?

—Sobredosis depresiva. Lo puedo ver por sus labios azules —Le tocó el rostro.

—¿Estaba triste? —Reí para mis adentros.

—¿Qué?, ¡No! —Siguió agitando las manos, ella siempre hace eso cuando está nerviosa.

—Ya me arruinaron la fiesta.

—¿Lo vamos a ayudar? —Se esperanzó.

—Sí, claro —Tomé uno de los vasos rojos llenos de Ron. Bebí todo de un sorbo y agité la cabeza—. Más te vale que valga la pena.

Corrí fuera de la cocina rumbo a donde estaba el Dj. Mi regla número uno, es que si no hay música, se acabó la fiesta, eso bastaría para dar a entender el mensaje.

Apenas vi el cabello del tipo desmayado desde arriba, era de color dorado y notablemente lacio. No era nada del otro mundo desde ahí.

Eso pensé hasta que vi su rostro un poco más tarde. Quiero cada trozo para mí, quiero el paquete completo.

El chico que rechazó mi dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora