Capítulo 2 by Lady Graham

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Pese a los corazones entristecidos de la humanidad, la Señora Luna, como cada cierto periodo lo hacía, brillaba con todo su hermoso y blanco esplendor.

Las calles oscuras iluminadas por ella, ayudaba a muchos transeúntes a conducirse sin peligro por sus veredas.

La que Terruce Granchester llevaba, él seguía mirándose cabizbajo y taciturno; actitudes que le impedían mirar a su alrededor, sobre todo a ignorar las risas de algunos paseantes o las invitaciones de "amigos" a tomar una copa al no haberse tenido el cuidado de cubrirse para no ser reconocido.

Porque sí, es decir, sí hubo sido reconocido, la negativa que se daba, traería como consecuencia: un desfalco, ya que, el actor, —al contestar no—, sería obstaculizado en su paso. Y en la mano que se le pusiera en frente, dejaría una moneda que sacara del bolsillo de su pantalón.

Agradecida su noble cooperación, a Terry volvía a hacérsele la invitación a tomar un trago.

Éstos, en un ayer, le hubieron causado muchos problemas; por ende, con un movimiento de cabeza una vez más, él rechazaba la oferta y retomaba su silencioso y pausado caminar.

Aunque una previa invitación hubo sido no aceptada, en compañía de su padre al volante y su hermano copiloto, en el asiento de atrás del vehículo de servicio, Amara Davis seguía al guapo talento.

¿Su enorme consternación?

Los dos grandes fajos de billetes que le entregara con anterioridad.

¡Claro! que esa hubo sido la inventiva; y es que, la contadora era fiel testigo de que lo vio meterlos en el cajón de aquel mueble de su camerino.

Creyendo que esa era la gran verdad, los parientes de la mujer hacían cual ella indicaba: mantenerse a cierta distancia para no ser descubiertos, pero a la vez estar al pendiente de los movimientos del expuesto actor.

A él hacía mucho tiempo ya no le importaba quedar precisamente expuesto ante las gentes que lo miraban caminar.

¿Por qué?

Ni él mismo lo sabía, y si sí, no había nadie que se lo cuestionara, inclusive los amigos informantes, ésos que en un principio hacían mil cosas por obtener una exclusiva de él y ahora les parecía el hombre más aburrido del planeta, el cual simplemente y sin abordarlo lo veían salir del teatro, caminar las mismas oscuras calles, arrastrar del mismo modo sus pesados pasos, entretenerse dos minutos con sus cuates y proseguir para ir a meterse al mismo departamento de siempre, y donde la portera también contribuía al decir: ¡nada! No tanto por tenerlo prohibido, sino porque efectivamente, Terry daba el menor de los motivos para que siguieran hablando de él. Entonces, para estar la gente enterándose de lo mismo, ya no lo perseguían. Quien sí, lo siguieron hasta la entrada del edificio aquel.

En su interior, una puerta se abría a su paso. Era justamente la portera, que además de saludarle, se interesaba por el resultado de su día de trabajo.

— Bien — contestó escuetamente él.

En cambio, de lo más sonriente, se le diría:

— Me da mucho gusto. ¿Ha cenado?

— ¿Eh? — balbuceó Terry; también, se llevó una mano a la sien, la cual rascó al no haberlo hecho. — Sí... claro — mintió. Sin embargo...

— No es cierto; y por favor, acepte esto —: un trasto con comida recién preparada.

— Señora Smith, yo...

— Nada, nada, hombre de Dios —, que sería acompañado hasta su lugar de descanso. Y allí... — Usted, va a sentarse en esa mesa —, la que se apuntara, — y va a alimentarse. Mire que ese delgado cuerpo suyo me lo agradecerá.

OLVIDA ESE AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora