Capítulo 1: Parte "A" by Lady Graham

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Tal parecía que todo ese ajetreo de la celebración del partido político, no sólo la tenía cansada, sino enojada.

Y es que, a la perfección, ella sabía lo que el nuevo puesto de su esposo significaría en sus vidas. Sin embargo, un hecho la hacía reclamar a su acompañante:

— ¿No pudiste haber reservado en otro lugar?

— ¿Qué tiene de malo este? —: el Hotel Royal

— ¡Que...!

La esposa calló su verdadero pensar para comentar:

— Esta dirección queda lejísimos de la Mansión Andrew. Recuerda que la tía abuela Elroy ya no puede desplazarse tan fácilmente y...

— Querida, tú también recuerda que desde hoy, yo debo ser independiente. Y mi puesto tampoco va a ser aquí, sino en Albany —: capital del estado neoyorkino. — Hoy lo estamos, porque...

— Sí, sí, lo entiendo; pero...

— Vamos, linda —, el esposo se acercó a su mujer; — ¿por qué mejor no me dices cuál es tu verdad?... Será acaso... ¿lo cerca que estamos de Broadway?

— ¿Por qué dices eso?

Ella, incómoda, se zafó de su agarre. Entonces...

— ¿De verdad quieres oírlo? ¿También que no has podido olvidarlo?

— ¡No digas tonterías!

La futura primera dama estatal sonó molesta; y convincente diría:

— Aquello hace mucho que pasó.

— Sin embargo, desde que te dije que nos mudaríamos aquí, has venido mostrándote muy irritada.

— Chicago también te hubiera aceptado como candidato.

— Pero, allá tenía las de perder por...

— ¿Tus malos comportamientos? Sólo espero que éstos no te traigan aquí las consecuencias.

— ¿Por qué lo dices?

— ¿De verdad quieres oírlo?

La mujer lo hubo imitado en una sentencia similar. Y él no se quedaría atrás al replicar:

— Siendo así, te diré... aquello hace mucho que pasó.

Debido al evidente remedo, alguien se rendía:

— Está bien. No voy a discutir más. Sólo quiero pedirte que para la próxima, tomes en consideración mi opinión.

— Te juro que ya no había tiempo para preguntártelo — él respondió a la necedad; y ella...

— Sí, sí, por supuesto.

Consiguientemente de dar por terminada la amable conversación, la esposa fue en busca del privado, donde frente a un espejo fue a pararse.

Pero, en lugar de mirar su reflejo, ella se miró un dedo anular. También, los anillos matrimoniales que hacía poco le habían colocado.

Para no fallar a la promesa dada, la fémina los quitó y puso en el tocador, levantando la cabeza para mirar su rostro que lucía pálido, y sí... molesto. Mismo tono que usaría en sus palabras al preguntarse:

— ¡¿Qué diablos te tiene de malas?! ¡¿Acaso no estabas segura de esto?!... ¡Sí! — se contestó —. Más no que sería Nueva York.

En cambio, su yo interno le respondía:

Yo más bien diría que te estás mintiendo, porque de sobra sabías que aquí vendrían... ¡Vamos, mujer, reconócelo! Quisiste hacerlo porque tienes deseos de verlo.

— ¿Y si él no?

¡¿Qué más te da?! ¡Ya te casaste! porque alguien te sugirió olvidar, y hete aquí con la oportunidad de volver a reencontrarte con él. Aunque, ahora que lo hagas... el amor que se han ganado, ¿será más fuerte que el que tuviste por él?

— No — se respondió, — eso jamás.

Entonces, prepárate, porque estás en su ciudad y en cualquier momento puedes toparte con su persona. Y cuando lo hagas, ¿vas a decirle por qué te casaste con Niel Legan?

— Te aseguro que si eso llegara a pasar y le cuento, Terry lo entenderá. 

OLVIDA ESE AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora