VI

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En la cocina se las arregló para conseguir un cuchillo y sin querer miró su reflejo en el metal filoso: su rostro lleno de lágrimas y manchado de suciedad. Observó de nuevo su vestido, que ya no era su favorito, seguía sucio.

Oyó gritos de fondo y el ruido de botellas siendo rotas.

Lo odiaba. Odiaba a ese asqueroso vestido.

Con su nueva rabia creciente empezó a rasgar el vestido tantas veces como pudo, sin fijarse demasiado en sus acciones se cortaba las piernas por el descuido logrando que se machara de carmín. Extrañamente no le dolía, solo tenía cabeza y alma para su furia, para su dolor.

Lo odiaba todo.

Pero era su mundo.

Y ella no era un ángel.

Aún con el cuchillo en mano y lágrimas cayendo continuamente, fue a la sala.

Encontrando a su madre, como de costumbre, en medio del caos. El lugar estaba vacío, todos habían desaparecido tan rápido como acabaron su escena desastrosa. Su madre solo estaba allí parada, observando los vidrios hechos añicos y la basura con una expresión tan vacía.

—Madre...

Al llamado de su niña, la mujer de inmediato la miró, llenándose de horror al ver a su querida hija en ese estado tan deplorable.

Sin dar tiempo a palabras... La niña le mostró una sonrisa:

—Se ha roto mi vestido.

Así es como nacen los Demonios Inocentes...

Fin.

La niña del vestido roto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora