Cómo todos los días, había llegado a su hogar, prendió la luz, se sacó los zapatos y los acomodó a un costado de la entrada. Miró hacía adentro y lo único que observo fue oscuridad. Su amado no había llegado aún. Se sacó la chaqueta, la colgó en su perchero y se dirigió directamente a la oscuridad. La odiaba, le tenía miedo y respeto. Con los ojos cerrados, predio la luz del pasillo y de las otras habitaciones. Sus pupilas se tardaron en acostumbrar a la luz, pero una vez echo, se movió libremente por su pequeño apartamento, su propio apartamento. Lo primero que hizo fue ir a su dormitorio, abrió el ropero y saco de el un hermoso vestido color rosado, su color favorito. Era nuevo, lo había comprado la semana pasada. Se lo probó y le quedó pintado. El vaporoso tul le envolvía el cuerpo, formando un hermoso corte princesa. Siempre había soñado con tener un vestido así desde que era un jovencito. Su novio, le había alentado a qué se lo comprará, que se veía hermoso y se lo merecía. El rubio sonrió ante el espejo, su amado era el mejor. Se arregló el rebelde cabello rubio, se maquillo resaltando los hermosos ojos color cielo y pintando la pequeña boca color cereza. Se vio y quedó satisfecho con su imagen. Su celular sonaba con insistencia, decidió ignorarlo. Lo puso en silencio y lo dejó en cómoda. Sabía quién era y no quería contestarle, ya no más. Nunca más iba a caer en sus juegos.
Salió hacia la cocina. Hoy le tocaba hacer la cena y haría su comida favorita. Salteo un par de verduras, condimento la carne y la puso en el horno. Solo faltaba que se hicieran las papas cocidas y el plato quedaría perfecto. Puso la mesa elegante, con su mejor loza, flores adornando los vacíos floreros, velas aromáticas y hermosas servilletas. Todo estaba perfecto y eso le hizo sonreír. Sabía que su novio amaba el orden y el aprendió a convivir con ello. Se sentó y degustó la comida. La carne estaba en su punto perfecto y las papas cocidas se derretían en su paladar. Disfruto aquella comida como ninguna otra. Al término, lavo la loza y se dirigió al baño. Se volví la peinar sus rebeldes mechones, se lavo los dientes y lleno la bañera de agua caliente. Con sus dedos tocó, temperatura exacta. Sonrió observando el agua que se mantenía imperturbable dentro de su blanca bañera. Busco algo en la cocina, algo le faltaba para que todo fuera a un más perfecto. Cuando regreso se dio por satisfecho, por lo que con cuidado empezó a introducir unos de sus delgados y blancos pies en la bañera. Su cuerpo empezó a sentir el calor del agua y la piel se le erizo del gusto. Vio como su hermoso vestido rosado flotaba en el agua, etéreo y mágico. Se quedo observando el techo un rato, disfrutando la sensación de calidez. Después de ello, tomo el cuchillo que había ido a buscar a la cocina, contempló su filo y su brillo. Hermoso, perfecto e impoluto. Lo tomo por el mango y la punta empezó a introducirla lentamente en sus muñecas, haciendo un corte profundo y vertical. Con una y luego con la otra. La sangre roja, carmín y caliente salía hasta mezclarse con el agua. Observo y pensó. ¿Así se terminará todo? ¿Podría encontrar la paz que tanto ansiaba? ¿Le dejaría en paz por fin? Su mente se empezaba a nublar y los pensamientos a entremezclar.
A pesar de estar en agua caliente, sintió frío. A pesar de estar en una nebulosa, un destello de conciencia le arrasó ¿Estaba haciendo lo correcto? ¿La gente le importaría? ¿Entenderían su decisión? Su vista de empezó a nublar, empezó a ver todo negro. Con la fuerza que le quedaba, tarareo un vieja canción. Una canción que escuchaba con su novio. Que bailo el día que se prometieron amor eterno. Sonrió, el no rompería la promesa. Su amor sería eterno.
Pensó en el castaño, en sus ojos amables, vivaces. Su cuerpo masculino, moreno, color canela. Su voz profunda y su carcajada despierta. Quería irse pensando en él. Quería que su último suspiro fuera el nombre su amado “Alastor” ¿Él le entendería? Más que nadie, pensaba. Él sabía lo que era tener tantos pensamientos que no te dejaba dormir, tantas pesadillas que se apoderaban de tus sueños y te hacían sufrir. Tanto miedo, tanta angustia. Se sentía triste, se sentía infeliz y aunque tenía todo el amor de Alastor, no le era suficiente. El amor jamás fue suficiente. Tantos traumas, tantas vivencias, tantas dolencias que tenía guardado en su joven corazón. Esto es algo que necesitaba hacer, es algo que lo superaba y agradecía todo lo que el castaño había echo por él, todo lo que habían vivido. Él fue la luz entre tanta oscuridad. El fue el pedazo de alegría que le entrego el cielo y estaría enteramente agradecido, siempre. Pero algo le preocupó ¿Le seguiría amando a pesar de saber la verdad? ¿Le perdonaría haber partido primero? Rezaba de que Alastor pudiera comprenderle, pudiera seguir amándole a pesar de todo. Recordó la primera vez que se dijeron aquellas dos palabras. Los ojos del castaño resplandecía bajo la luz de la luna y sus palabras le envolvieron, curando sus heridas. De verdad pensó que podía seguir adelante junto a Alastor, pero nada salía como lo quería—Alastor entenderá, lo conozco. Sus sentimientos son verdaderos—sonrió más tranquilo. Sintió sus extremidades livianas. No había dolor, no sentía frío mi calor. Veía oscuridad, veía luz. Su respiración se hizo lenta hasta que su pecho se detuvo. Todo había terminado y se fue en paz, se fue tranquilo.
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"El ángel volvió al cielo"
De Todo¿Cómo me pides que lo comprenda? ¿Cómo me pides que acepte está desicion? me destroza por dentro, me siento culpable y aún así te sigo amando ¿Por qué lo hiciste, Anthony?