Lluvia en primavera (Parte 1)

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Nunca he podido entender cómo se sentía la diversión, no hasta mis 15 años.
Era primavera y se acercaba mi decimoquinto cumpleaños, podía observar desde mi balcón todos esos jardineros haciendo lucir el magnífico jardín que nuestro gran castillo poseía, una hermosa vista que merecía ser vista mientras leía uno de mis libros favoritos. Aún así, nada de eso llenaba mi felicidad ya que permanecía en mí un miedo increíble de encontrarme con mi padre, quién solo se acercaba para pegarme por el motivo de escapar de clase para distraerme todo el día leyendo.

Decidí bajar hacía el salón principal, allí mismo se encontraba mi madre y ni bien me vio se dirigió hacia mí para preguntar mi opinión acerca de la decoración. He de admitir que era triste, los colores apagados convertían la habitación perfecta para un baile formal y aburrido pero no puedo enojarme, ya que mi padre siempre se desahoga con mi madre y ya sufre mucho para que un niño como yo le moleste.
Segundos después, uno de los sirvientes nos avisó la llegada de la familia Herbert, invitados de mis padres y que se quedarían toda la temporada por el largo viaje que han hecho para asistir a mi baile.
De su carruaje salieron dos hombres y tres mujeres: el duque Herbert, su esposa la duquesa y sus tres hijos.
No sé porqué querrían celebrar mi cumpleaños, he visto al duque tan sólo dos veces cuando venía a hacer negocios con mi padre pero de su familia a penas sé que estoy comprometido con la menor de las hermanas y experta en esgrima.
Para ganarme su confianza, hice una reverencia y acto seguido, obligado por mi madre, besé la mano a mi futura esposa, Elisa.
Luego de un par de palabras, una sirvienta nos detuvo para enseñarles la habitación a cada uno y en ese momento nos dimos cuenta que el hijo del duque no estaba, por lo que insistí en ir a buscarlo, como excusa para largarme de esa conversación aburrida.
Busqué en todo el castillo para luego encontrarlo en mi alcoba, leyendo una historia que escribí. Enojado, agarre mi cuaderno de su mano. Ni siquiera tenía la valentía de mirarlo a sus ojos, el solo pensar que lo único privado para mi fue visto por una persona que no conozco me hacía sentir una enorme vergüenza.

-Disculpe el haber leído su cuaderno, me interesó el título del mismo y me dejé llevar. Mi nombre es Eloy, Eloy Herbert. -Dijo con seriedad.

Quedé en silencio, habían pasado años desde que mantuve una conversación con una persona de mi misma edad.

-¿No me dirá su nombre? -Preguntó con curiosidad.

-Nicolás. -Contesté.

Hubo un silencio largo y temía que preguntase acerca de mi historia, por lo que le ofrecí un recorrido por los rincones del castillo. Accedió.
Luego de recorrer algunas habitaciones, lo llevé hasta el jardín y sus ojos comenzaron a brillar. Me remarcó que era su lugar favorito y eso que ni siquiera terminé de mostrarle todo.

-Desde tu balcón se veía increíble y ahora que puedo verlo de cerca, se ve más increíble. Amo los jardines no importa el mes del año -Dijo Eloy.

Escucharlo hablar no me incomodaba, a decir verdad, sentía que por fin tenía el impulso para decirle algo.

-A mi también me gustan los espacios verdes, son coloridos y se siente libre estar en ellos. De hecho, leer aquí me tranquiliza mucho -Admití.

-En donde vivo, uno se acostumbra a ver lluvia todos los días, hasta en verano. Mis únicas vistas al leer son el caer de las gotas en mi ventana. No digo que arruine mis momentos de lectura, también comparto la afición a los libros. -Comentó.

-¿De verdad?¿Podría saber cuales son sus gustos? -Pregunté con inmensa curiosidad.

Esa fue la primera vez que me sentí seguro, que podía comprartir mis gustos con alguien sin sentirme avergonzado y dejar asuntos económicos atrás.
Hablamos por una hora mientras contemplábamos cada tipo de flor que se hallaba en el jardín. Seguimos esas conversaciones todos los días, a veces escapábamos de nuestros quehaceres para seguir discutiendo de libros y leyendo juntos, en lugares donde nadie nos encontraría. Además, salíamos del castillo para cabalgar cerca de un lago.

Mientras los días pasaban, Elisa, hermana de Eloy y mi futura esposa, se percató que no pasaba tiempo con ella por estar con Eloy, hecho que molestaba muchísimo a aquella joven de 12 años, que esperaba tener momentos románticos. Me lo hizo saber pero intenté evitarla, nuestras conversaciones eran aburridas y nunca llegábamos a tener algo en común.

Una de esas noches, Eloy entró a mi habitación, preguntando si me apetecía ir hasta nuestro lugar favorito, un bosque silencioso que a su lado tenía un hermoso lago a los ojos de cualquier aventurero que quisiera una noche de descanso. Accedí con emoción a su propuesta. Nos dirigimos hasta el establo para liberar a los caballos y nos dirigimos hacia ese lugar encantador.

Al llegar a nuestro destino, nos recostamos en un descampado pequeño que estaba rodeado de árboles y admiramos las estrellas.

-No tienes que casarte con Elisa si no quieres. -Dijo con voz calma.

-Elisa es la única interesada en mí, si no me caso con ella, ¿quién mas me queda? -Dije mientras mi voz iba apagándose.

-Puedes casarte conmigo si así lo deseas. -Prosiguió mi conversación.

Sentía mi cara caliente, parecía que lo había dicho de verdad. Comencé a reir y aún así el permaneció serio.

Se acercó a mi con lujuria, sostuvo mi mano mientras sus ojos cerraban y sus labios tocaron los mios. Aunque fueron 5 segundos, pareció como si fuese más tiempo. Ese fue mi primer beso.
Antes de poder decirle algo, de la oscuridad se asomaba una figura humana, que empezó a llorar. Se trataba de la señorita Elisa. Entre lágrimas nos gritó y se fue. Eloy soltó mi mano y comenzó a seguirla. Yo quedé callado, sentado en el pasto y con el corazón que latía más que nunca.

(Fin de la primera parte)


No siempre hay un Final FelizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora