Lluvia en primavera (Parte 2)

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Luego de esa noche, no me crucé con Eloy ni menos con Elisa. El pensamiento de que esa jovencita nos vio me atormentaba cada segundo. Se me hacía incapaz el escribir tan solo una parte de mi historia sin pensar en ello. Estaba seguro de que mi padre se enteraría de alguna forma.
A pocos días de mi cumpleaños, por la noche y mientras escribía, de mi ventana se reflejaba una silueta, que se encontraba detrás de la gran cortina que tapaba la luz de la bella luna. De ella salió ni más ni menos que el joven Herbert, pidiéndome que escuchase lo que tenía que decir.

—Me alegra poder apreciar tu rostro nuevamente. Solo han pasado unas horas desde que te he visto pero aún así te extrañaba tanto —Comentó, con voz agitada—. Tan solo le pediría a la luna que este sentimiento fuese correspondido. ¿Podría saber su respuesta, Nicolás?

—Eres la única persona a quién no temo contarle mis aficiones y con quién comparto algunos. Los días que solían ser interminables ahora finalizan en dos parpadeos por estar a tu lado. Si esto no es amor, dime tú qué es —Dije, mientras sentía mi cara calentándose.

Mientras las estrellas seguían brillando como de costumbre, me atreví a contarle algunas historias que escribí a lo largo de mi vida. Cada vez que terminaba una, me suplicaba que le léase otra. Así pasamos toda la noche.
Por las mañanas no nos dirigíamos la palabra. Por la tarde nos escapábamos hacia el lago y cuando la oscuridad se asomaba, nos quedábamos en mi alcoba a pasar el resto de la noche.

El tiempo pasó tan rápido que faltaba muy poco para mi celebración de cumpleaños. La noche anterior a ella, Eloy se presentó en mi habitación, agitado y preocupado. Me dijo que Elisa habló con él y que ella no toleraría ni un segundo más nuestro romance y tomaría cartas en el asunto si es de ser necesario. Acto seguido me preguntó si me gustaría marcharme con él hacia un lugar lejos de todo el que interviniera en nuestra relación. Sin pensar demasiado en nuestra reputación, acepté. He soñado varias veces en escapar de todo aquello que me atormentaba, siendo todo aquello referencia a mi familia y asuntos de la nobleza. Decidimos encontrarnos fuera del castillo minutos antes de que el baile concluyera la noche siguiente.

El mañana llegó en un abrir y cerrar de ojos. Todos los sirvientes estaban terminando las preparaciones y los cocineros sus magníficos platillos. La familia Herbert parecía muy alegre de poder presenciar un baile entre Elisa y yo. En mi mente, al contrario, estaba muy contento de que esa noche me iría lejos de lo que más me lastimaba.

El baile comenzó. Para mi sorpresa y la de los demás invitados, comenzó a llover. Esa fue la primera lluvia en primavera que se presenciaba en mis tierras. Aún así, ninguna gota haría que la celebración acabase, menos cuando mi padre estaba allí con intenciones de entablar intereses con las familias bien situadas de la nobleza.

El momento se acercaba, ese momento que cambiaría mi vida. Había visto hace unos minutos a Eloy alejándose de la muchedumbre y de las hermosas jóvenes solteras que se le acercaban. Sabía que luego de eso yo también debería partir hacia los establos pero aún no había bailado con mi futura esposa.
De todas formas decidí irme antes de que eso ocurriese. Silencioso, logre llegar hasta donde los caballos y Eloy. Lo abracé tan fuerte que olvidé todos mis miedos. Salimos ni bien nos encontramos para no ser vistos por nadie en el castillo.

Nuestro primer descanso fue en el lago, anhelábamos ver por última vez ese lugar que significaba mucho en nosotros. Mientras estábamos jugando con el agua, escuchamos un sonido fuerte proveniente de un animal. Nos acercamos con sigilo y encontramos a uno de nuestros caballos agonizando sobre un charco de sangre y una persona encapuchada a su lado. Antes de poder decirle algo, esta persona se acercó a nosotros con rapidez, hiriendo mi brazo derecho. Eloy desenvainó su espada y comenzaron a enfrentarse. Tomaron solo unos segundos para que el filo de la espada de Eloy se insertase en el estómago de ese extraño. Nos quedamos en silencio mientras las gotas de agua se mezclaban con la sangre de ese hombre.
A los pocos minutos, de los arbustos salió otra persona, que era Elisa.

—No creí que fueses capaz de asesinar a uno de mis hombres, Eloy —Dijo Elisa con una voz apagada.— Tampoco creí que mi futuro esposo tuviese la audacia de humillarme con mi hermano.

Su cara de desprecio afirmaba el odio hacia nosotros. Delante de ella se encontraba la espada de ese hombre muerto y luego de agarrarla se acercó a mi para intentar asesinarme. Fracasó. Se interpuso Eloy para evitar que la espada se clavase en mí pero eso lo convirtió a él en la víctima. Verlo caer destrozó mi alma y mis esperanzas de tener un futuro juntos. Elisa comenzó a llorar.

—Mira lo que me has hecho hacer, no mereces el perdón de nadie, no mereces el vivir y menos el sacrificio de mi hermano. Eres la desgracia que el mismísimo diablo ha traído para atormentar a mi familia —Gritó Elisa.

Instintivamente tomé la espada de Eloy y empezamos a pelear. Sabía que Elisa era una muy buena esgrimista pero ella no sabía que yo también lo era. No quería asesinarla, nunca había cometido un crimen y no la odiaba. Sin embargo, no quería morir sin vengar la muerte de mi futuro esposo, no quería morir sabiendo que fui inservible, es por ello que no podía rendirme.
Logró herirme el rostro pero al final mi espada fue la vencedora, mis manos se mancharon de sangre ajena y mis lágrimas se escabullían entre la lluvia. El corazón de Elisa no palpitaba, tampoco el de Eloy y menos el de aquél hombre extraño.

Desde la lejanía y gracias a la poca luz del bosque, se veían luces. Los Herbert y mis padres nos estaban buscando. No había manera de explicar esta atrocidad ni tenía la valentía suficiente para enfrentarme a ellos, así que, con lágrimas en mis ojos, me monté al único caballo en pie y me marché, a un lugar que ni yo sabía encontrarlo.
Desde ese día procuré nunca más volver a mis tierras sin importar cuántas desgracias deba de vivir.

No olvidaré tu nombre, Eloy Herbert, que me has salvado de mi sufrimiento, para luego yo arruinarlo un día de lluvia en primavera.

(Fin de la parte final)

No siempre hay un Final FelizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora