Capítulo IV

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Sacrificio y Salvación
IV
Bienvenida

En definitiva, no era aquella la bienvenida que ella esperaba en absoluto.

Cuando aquel pequeño necio de Jaken le había explicado que se dirigían al Oeste donde residía el resto de la familia de su "prometido", por supuesto que no esperaba que una gran multitud de Yōkais de todas formas, tamaños y colores vinieran a recibirlos tan armoniosamente. Flores por doquier, confetis y, por si fuera poco, gritos de alegría que avasallaban al sucesor del fallecido Gran perro demonio.

Por lo poco que Jaken le había explicado—más bien regañado—posteriormente de su incidente en aquella cascada, se había enterado que Sesshomaru era perteneciente al clan de los Inu-daiyōkai. Demonios con forma de perro que dominaban toda la región del oeste con un gran poderío, no solo en solvencia económica sino incluso en fama y seguidores. La dinastía Taishō era la más respetada de entre los demonios incluso, mucho más que las de otros sectores cercanos. Tal parecía, que aquel gran yōkai había dejado a dos hijos, Sesshomaru el mayor y sucesor, e Inuyasha, el hermano menor y segundo príncipe.

Por supuesto, claro estaba que ella no podía sentirse más desubicada. —sobre todo, porque aún seguía ardiendo a fuego vivo en su mente la escena pasada de su desnudez— aún podía sentir la vergüenza y el calor de sus mejillas al recordar aquella escena prohibida que nunca debió suceder. Como consuelo, aquel demonio de cabellos blancos no le dirigió la mirada o la palabra el resto del camino, cosa que agradecía en demasía, no se podía creer capaz de mantenerle la mirada ni por un instante luego de haber expuesto de manera tan ridícula, no sólo su cuerpo sino su vida.

En ese sentido, las palabras de Jaken pesaron más por su significado que por su tono enfadado textualmente:

«¡Realmente no sólo eres una insolente y una tonta sino también una descuidada! ¡Pusiste tu vida en peligro sin ninguna previsión! ¿Piensas ser la esposa de un gran rey siendo una carga

Y tenía razón.

Ya no podía seguir creyendo que tenía el apoyo o la protección de su padre y sus guardias o el respaldo de su madre, este era el mundo real, el exterior, donde la desconfianza prevalece por sobre todo y donde debía valerse por sí misma... Ya no podía darse el lujo de ser una carga y, sobre todo, en un mundo donde ella era la única humana, la única distinta, la única extranjera.

Y aún más allá de eso, tal parecía que Kagome aún tenía que enfrentarse a muchas más pruebas en su camino, y la siguiente y más próxima de estas era conocer a la familia real:

Al príncipe comandante, Inuyasha, y la Reina Inukimi, lady Irasue.

—Sacrificio y Salvación —

Kagome observó con paciencia y curiosidad cada rostro yōkai que se cruzara por su vista debajo de su flequillo adornado.

Para aquella jovencita humana era la primera vez que veía tantos colores, y tanta diversidad mezcladas entre sí. Había yōkais con todo tipo de características inusuales, desde formas y tamaños hasta orejas, colas y escamas particulares. Algunos incluso parecían muy sofisticados con ropa elegante y accesorios de gran majestuosidad como lo eran algunas Tanuki que se paseaban por alrededor como lo haría cualquier jovencilla curiosa, o los Tengu de forma humana, con sus grandes y características alas tropezando por doquier, con rostros amanerados y fruncidos.

A esta gran multitud, agradecía que nadie parecía percibir su presencia o más bien prestarle demasiada atención bajo su bello kimono floreado, lo que le permitía poder sentirse más curiosa de lo usual. ¿Pero que los yōkais no odiaban a los humanos y viceversa? ¿Por qué nadie parecía prestarle atención? ¿Sería acaso porque iba en compañía del próximo rey que preferían ignorar su esencia? O tal vez solo se perdía entre tantos distintos.

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