Capítulo XVIII

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Sacrificio y Salvación

XVIII 

La casa de los murciélagos

Abrió sus ojos apenas los débiles rayos del sol golpearon su níveo rostro.

Lo primero que divisó, fue el enorme cielo pintado con los tonos cálidos del amanecer, poblado con ciertas nubes que no paraban su tránsito, siendo acompañado del sonido suave de las olas del mar que a esas horas aún era pacífico. Al mover su cuello, terminó por darse cuenta que su cabeza reposaba sobre su ropa doblada y que el dolor que la había atosigado la noche de ayer ya ni siquiera podía nombrársele porque había dejado de existir.

Entonces, se sentó, masajeando su cuello engarrotado, sonando sus músculos en el intento para eliminar la tensión de haber dormido en una sola posición durante toda la noche, la misma, que le recordó lo sucedido como un mal sueño que de entre lo único salvable, estaba el hermoso gesto que había tenido Sesshōmaru, y que le había parecido, por cierto, muy impropio pero muy tierno de su parte. Para ella, creía que sería algo inolvidable, porque aun lo tenía tan presente en su memoria como sus palabras, tan inusuales en él como las flores en el invierno, tan extraño, pero reconfortante, como despertar con un buen sabor en la boca.

Y hablando del famoso rey...

Giró su cabeza buscando a sus acompañantes al verse solo en la compañía de Ah-Un, encontrando a un Jaken apresurado que venía de regreso con un conjunto de ropa perfectamente doblado y unos humores realmente buenos para los que siempre cargaba con ella.

«Creo que voy a considerar enfermarme más seguido» Su pensamiento le hizo tener que reprimir una gran risa al ver al pequeño sirviente traerle un kimono nuevo con una prisa que solo se le veía cuando el gran amo bonito le encargaba un quehacer.

Razones no le faltaban, hasta el animo de Jaken había cambiado después de aquel susto que les había dado a ambos durante la noche inintencionalmente.

—Buenos días, Jaken —Sonrió — ¿No has visto a Sesshōmaru? —Inquirió dándose unos últimos estirones para desperezarse.

—Buenos días, Kagome-Sama —Saludo—¡Que buen susto nos diste a mí y al amo Sesshōmaru muchacha! ¡No lo vuelvas a hacer! ¿Entendido? —Estaba claro que el pequeño sermón no se hizo esperar, aunque en esta ocasión no era tan agresivo como en otras veces, el lacayo no tardó en responder su pregunta— El amo bonito fue a recorrer la zona, parece que nos quedaremos unos días por este territorio— Sirvió el resto de la infusión que había quedado en la cuenquilla para que ella pudiera beberla, ya que su Lord le había dejado bien en claro que ella debía terminarse la medicina para antes de su regreso.

—¿No nos moveremos? —Preguntó con cierto asombro mientras tomaba la medicina en algunos sorbos. ¡Eso si que era una gran sorpresa!

—El amo así lo ha decidido —Suspiró entregándole los nuevos atavíos que había preparado para ella.

¿Acaso Sesshōmaru pensaba detener el viaje algunos días por ella?

No sabía si creer en eso, o creer que en realidad, se había cruzado algún otro obstáculo por el cual no podían seguir moviéndose. Para Kagome cualquiera de las dos opciones, estaban totalmente bien y eran completamente aceptables, aunque de cierta manera, le extrañara que Sesshōmaru tuviera tantas consideraciones con su persona —tal vez, siempre las había tenido, sólo que en menor medida y por ello ni siquiera les había prestado la suficiente atención— aun así, se sentía muy agradecida al saber que podrían estar en un solo lugar durante varios días. Le emocionaba la idea de quedarse cerca del mar durante un tiempo más y poder disfrutarlo antes de la llegada del otoño que ya podía sentirse por la brisa fresca que soplaba en su dirección.

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