Capítulo XII

438 74 4
                                    

Sacrificio y Salvación
XII
Pesadilla en un sueño

Las aventuras más grandiosas siempre comienzan en la mente de los intrépidos mas ingeniosos.

—¡Si, lo logré! —

—¿Qué le parece que logró? ¡Apunte bien a su objetivo! —

Pero no para nuestra reina con un corazón fortificado por la miseria de la guerra y los destrozos provocados por Naraku, que, a la vez, era poseedora de una misericordia del tamaño del universo tan nata en ella como la semilla en el centro de un durazno maduro.

Desde que habían salido del palacio y habían comenzado su viaje hace tan solo unos días atrás, Kagome no sabía con qué maravillarse más, si con los bellos paisajes de la tierra del archipiélago a la que siempre había pertenecido y que nunca había conocido, o, con la paciencia que tenía Sesshomaru mientras los veía practicar en los descansos, la arquería enseñada por Jaken. Si bien, nunca había tomado en su vida un arco y una flecha, quería creer que no era tan mala en sus prácticas a pesar de los constantes regaños de Jaken— que al menos, ahora era mucho más respetuoso con sus palabras— que trataba de enseñarle el arte y el oficio de disparar una flecha para la tarea simple de cazar su propio alimento ya fuera en el rio o en el bosque. Para él era indispensable que la nueva reina de los yōkais por lo menos pudiera desempeñarse con excelencia en una tarea tan básica como aquella.

Y es que, hasta ahora, su dieta se basaba en frutos silvestres y lo que pudiera comprar en alguna aldea cercana cuando Sesshomaru estuviera de humor para dejarla acercarse a los suyos por un simple plato de comida. No le disgustaba, pero sí que ya empezaba a rondarle la idea de querer comer algún pescado o algún trozo de carne que por lo menos llenara su estómago mucho más tiempo que las míseras bayas del desayuno, que, de seguro, ya habían hecho y vuelto a hacer el recorrido por su estómago fatigado.

—¿Sabes una cosa? — Gruñó — Eres un pésimo maestro Jaken —Exasperada por no poder avanzar como quería y solo recibir reprimendas a cambio bajo el sol veraniego del mediodía, dejo de lado el arco y el carcaj lleno de flechas para ir a sentarse bajo la sombra de un árbol.

—¿Qué es lo que cree hace? ¡Sus lecciones no deben atrasarse por ningún motivo! —Regañó pisoteando el suelo cómo un viejito senil en sus rabietas, agitando el bastón de dos cabezas en una clara amenaza que nunca seria cumplida.

—¿Así? —Posó entonces sus manos sobre su cintura —¡Pues ya me cansé! Muero de hambre y nadie se preocupa por eso — Se dejó sentar sobre el césped debajo del frondoso árbol, enfrente de un Sesshomaru que yacía con los ojos cerrados, tan imperturbable como un muerto, ignorándolos a los dos.

En parte, lo había dicho por él. A diferencia de Inuyasha, que al menos había conseguido para ella los días que estuvo en el palacio, comida apropiada para humanos, Sesshomaru no mostró ningún tipo de preocupación o disposición tan siquiera para ayudarla con la enseñanza del arco del monte Azusa. Y no es que eso pudiera robarle la paz, pero cuanto le fastidiaba verlo sentado —observando o ignorándolos según fuera el caso— tomando el papel de una deidad que por ningún motivo se entrometía en asuntos de mortales, creyéndose su supremacía hereditaria en todo momento incluso antes de que salieran del palacio.

Se cruzó de brazos mientras lo pensaba, recordó la noche en la que lo vio por primera vez e hicieron el trato que marcó su destino para siempre, y se preguntó si todo lo que había hecho, todo lo que había pasado, había valido la pena, o si de verdad, hubiera sido mejor ser devorada por Naraku como lo había dicho en aquella mañana de rabia frente a él, considerando, que no se arrepentía ni tan solo por un segundo de las palabras que le había dicho durante aquella mañana en la cual se enteró de sus planes de convertirse en nómada.

Sacrificio Y SalvaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora