Capítulo 3: El beso.

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Las pasarelas de París o Barcelona, no estaban comparadas con el vaivén de los doctores y enfermeras que acudían a revisar mi caso. Estaban sorprendidos de cómo es que había sobrevivido, el grado de impacto y los golpes. Comenzaba a pensar en cuál seria mi número de serie como parte del inventario del hospital, ya habían pasado dos semanas más, imposibilitada de poder siquiera caminar, es estresante como pasa tu vida de fuerte independencia a tener que pedir ayuda para lo más básico. Día y noche permanecía acompañada, recuerdo peinar los cabellos dorados de mi hermosa hermana, mientras ponía en su Ipad todo su repertorio de películas; “Le fabuleux destin d'Amélie Poulain ” era nuestra favorita. Al día de hoy, llevo más de dieciocho piquetes en ambos brazos, mis venas profundas y pequeñas como los secretos de mi alma, no soportaban los medicamentos por más de dos días. La fragilidad constante me hacía reflexionar sobre lo fuerte que era, y no me había dado cuenta. A veces me ponía a llorar, extrañaba mi acogedor departamento con su mesita de noche, el aroma de mi habitación y las luces de la ciudad cobijándome en todo momento. Hasta extrañaba al señor lioso del departamento contigüo, bien dicen que el cerebro busca quedarse con los buenos recuerdos para poder subsistir ante las adversidades, alguna vez lo leí como resiliencia, pero era nostalgia.

Lo volví a ver, mi querido Doctor, me sanaba el cuerpo y me desnudaba el corazón, sólo mi hermana sabía de lo que yo sentía por él. En cómplice mirada, sólo ponía atención a la revisión de mis signos, mis esfuerzos por mantener la presión controlada o en niveles normales era descomunal, él era mi chispa que me hacía sentir fuera del mundo color blanco con olor a cloro. La comida o se estaba volviendo buena o yo ya había dejado de ser la fanfarrona del gourmet, cada cambio que vivía, cada dolor nuevo descubierto, era la certeza de que mi metamorfosis estaba cerca. Alguna vez escuché junto a mi padre, la declaración de defunción de una de mis vecinas de habitación, las paredes delgadas no guardaban la privacidad de los diagnósticos ni mucho menos de los decesos, mi padre me miró con una estela de agradecimiento a ese ser superior por tenerme ahí, con dolor y letargo pero ahí. Ese domingo lluvioso, como el día en que casi pierdo mi vida, otra alma se despojaba de su cuerpo para convertirse en luz. Tuve muchos acompañantes de la cama 9, sentía algo de envidia de ver como ellos se iban y yo me quedaba, impávida ante la reserva de los médicos. El traumatólogo revisaba mis heridas y las medicinas que podía tolerar, ya no podía más, la cama me carcomía. En esos días de crisis donde ni yo misma me quería cerca, llegaron los Doctores de la Risa, animaban mi espíritu desesperado y a mi familia les daba gusto verte sonriente, uno de los chicos me dio una tarea: piensa en, ¿ qué será lo primero que hagas saliendo de aquí (refiriéndose al hospital)?...me sentí como los casos que conocía de depresión, donde te piden pensar a futuro pero la nube gris que te moja las ilusiones para deshacerlas, no te permite ver que hay detrás del chubasco, así me quedé; sin palabras.

Un martes, de esos días que me llevaron fruta de desayuno, comencé a recordar el día del accidente, la ingenuidad con la que desperté pensando que sería otro día como los demás, la soltura con la que decidí cambiar de ruta o hasta los mensajes de texto con mis seres queridos. Tantas preguntas, tanto tiempo confrontándome de cómo la vida me había llevado hasta aquí: con un dolor enorme físico, dudas del alma, el amor incondicional de mi familia así como amigos y el latir de mi corazón por el maravilloso médico interno.

Pasó una semana, no sabía nada de él, sólo que lo habían pasado a otra área; no lo niego, estaba molesta, ansiaba verlo y ni siquiera podía salir de mi cuarto a asomar las narices para un encuentro ocasional de pasillo junto a las enfermeras y las camillas por desocupar.

¡Ay Adela no cambias!, ¿pensaste que eras importante para él?, ¡qué tontería!...

Cuando comenzaba mi basura emocional a intoxicarme a causa de experiencia non gratas en mi historial amoroso, entro mi querido médico interno, con su bata blanca y el uniforme negro, la loción poderosa adornando la sonrisa de sus labios, dulces labios…

Toma asiento en la desgastada silla, - Adela, una disculpa por no haber venido a verte pero estoy vuelto loco con estos horarios, no he dormido en más de 16 horas, voy de salida pero no podía irme otro día sin saludarte, ¿cómo estás? -, sólo pensé en que realmente le importaba, era un zombie pero aún con eso, ¡él quería verme! ; sólo deseaba que no checara mi presión, sentía el palpitar hasta en mis mejillas. Fui honesta, le dije mi evolución y que tal vez, podía salir del hospital en una o dos semanas más, todo dependía de la resonancia magnética dentro de dos días. Él me miró, cómo si mira a alguien que tiene que partir pero va a un lugar mejor, con melancolía y gusto, me dio instrucciones de cuidado con el catéter que recién habían colocado en otra de mis aguerridas venas. Se despidió de mí, dijo que regresaba al día siguiente, estaba sola y era mi oportunidad, le dije que mi almohada estaba mal acomodada, así que rodeó mi espacio con su dos brazos, yo sólo miraba abajo aún hipnotizándome por su aroma a Carolina Herrera, no sé que sucedió, levanté la mirada por impulso. Sus ojos estaban frente a los míos, sus hermosos ojos tan oscuros como una noche en Sayulita, mi respiración se agitó y sin más, besó mis labios con ternura y levanté mi cabeza para corresponderle; yo quería más, mi cuello me traicionó con un tirón de mis delicadas ( y sustentadamente frágiles) cervicales. Él tomo mi rostro con su mano cálida, lo acarició, iba a decirme algo pero sólo esbozó un : “tengo que decirte algo”.

Dos enfermeras entraron a la habitación, la cortina de la otra cama tapaba la visión a mi espacio, él salió con seriedad y despidiendo a las enfermeras. Se fue.

Una chica como yo, con una vida pendiente allá afuera, con el terremoto abrazándome las raíces y sólo esperando una vez más, el calor de sus labios.

 Algo que pudiera ser cuestionado, era mi secreto, mi dulce secreto. 

ADELADonde viven las historias. Descúbrelo ahora