Capítulo 5. Pensar y dejar...

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Hay ocasiones en la vida, donde sólo quisieras que el tiempo pasará pronto y despertarás en un lugar más agradable, pero no...no era mi caso.


No sé que me dolía más, si la noticia de estar otros días más en el hospital para recuperarme de la operación, o la intempestiva noticia de mi corazón roto en menos de un mes, ya tengo días de no verlo, y siento que quiero salir de este cuarto con su incipiente olor a cloro y buscarlo.



Mi imaginación vuela en lo que pudo haber sido, si "ella" no existiera, todo estaba perfecto hasta que salió a escena esa perfecta chica que disfruta de sus besos y su maravilloso cuerpo cada que ella quiere, lo mira con desdén como si fuera esa manzana que mordió Adán, hace millones de años, y yo soy la Lilith desterrada del  mundo, viendo desde el plano terrenal, ese paraíso con el rostro de otra chica.


Tengo que contárselo a mi hermana, mi mejor amiga y confidente, se sorprende pero comienza a cuestionarme, y sí se queda él...¿qué?, maldita pregunta, que me hace recordar mis votos de "no enamorarme" y de evitar a toda costa que la sociedad me presione por tener una pareja.

¿Por qué me enamoré de él, precisamente de él?, quiero excusarme en la soledad del hospital o en la necesidad de una cara familiar cuando mis padres o mi hermana no está, trato de recordar lo bien que me la pasé con el denominado "admirador secreto no tan secreto" que ha pasado horas del ocaso a mi lado.

Estoy a un día de la operación, entre los dilemas médicos, se resuelve que colocarán dos espaciadores entre mi vertebra L4 y L5, L3 y L4, prótesis de titanio que me darán una ventaja de 60 años aproximadamente y con cuidados para huir de la cirugía para colocar una barra fija, sí, cómo esa de la Friducha, sólo que sin arte y decepción, bueno tal vez un poco de esa.


Mi hermana como buena amiga, me pide que hablemos de otra cosa, me ofrece un viaje a la Ciudad de México, si me recuperó en menos tiempo del previsto, intenta motivarme; lo logró.



Estar en este lugar me hizo darme cuenta de muchísimas cosas que desconocía, durante años pasé creyendo en las incongruentes buenas intenciones de las personas a las que llamaba amigas y amigos, pero en estos días, es complicado darte cuenta que los tiempo cambian y la vida, que quiénes realmente te quieren son los que están aquí, a un lado de la cama o debatiendo con el Doctor, o esos que son dispuestos a donar sangre cuando se requiera.



Analizo mi rutina, estaba estancada en sólo trabajar, en ser solitaria e inclusiva cuando se ameritaba, en callarme el dolor de las cosas que me pasaban, en haber amado y haber perdido; me había olvidado de vivir como yo deseaba y de despertar a la hora que yo quería.


Esos deliciosos pequeños placeres, me los había negado por tratar de ser madura y responsable, pero tenía ese deseo de beber un gran tarro de cerveza con mi hermana, tener sexo casual con mi vecino de apartamento que siempre conversaba conmigo por whatsapp, ver una película en el cine sola, invitar a cenar a mis padres, reportarme enferma e irme de viaje con el dinero ahorrado o sólo vivir un día en mi alcoba y pedir de esa pizza artesanal a domicilio.


Pero no, tenía que vivir esto para entender que cuando menos tienes algo, más lo deseas, como mi libertad, mi salud y él.


Me realizan los estudios de sangre y me hacen firmar una carta responsiva por si no logro tolerar la cirugía, al tratarse de la columna, hay riesgos de que ya no camine o que tenga alguna secuela casi imperceptible.


No tengo miedo, me inquieta ver a mi familia y amigos cercanos preocupados, escarbando en todos los recovecos de la fe para sentirse tranquilos de que todo estará bien. Ansío el día en que pueda salir de aquí y ser yo, la nueva yo.


A veces sueño, que platico con Dios, que le cuento lo que me aterra, como estas horas antes de un cambio en mi vida, como esa vez en la iglesia de Real de Catorce a la que prometí volver, con esos colores y los huicholes alegrando el paso de la calle Lanzagorta, o esos turistas maravillados por el túnel de Ogarrio, esas veces en que me prometo  cosas cuando sé que soy temerosa en cumplir.


Como este día de lluvia, en el hospital, donde veo pasar la vida y las horas, donde vuelvo a ser yo.



¡Qué bonita es la vida cuando se aprecia cada momento, en cada sonrisa, recuerdo, abrazo o plática, cuando se recuerda que estamos de paso y sólo nos queda vivir, ser feliz y seguir soñando!



Llego la hora de el último intento de canalizarme otra vena dolida, como mi ego con ese chico que me dio unos segundos de volver a tocar fondo, de esa fortaleza que se aferra a seguir como el amor de mis seres amados.

Dejé una carta escondida en mi estuche de lapices de colores, que deje al cuidado de ese otro chico, que me hace revolucionar mi estómago, y que le pedí entregarla cuando esté en quirófano.


Estoy a dos horas de mi operación, presiento cosas, presiento un fin. Creo que voy a morir. 

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