-¿Acaso el "tenemos que hablar" viene en el manual de 1000 formas de morir?-, pensé.
Le permití sentarse, no comprendo la razón de su presencia ni cómo supo donde vivo, pero amo que lo haya hecho.
Comienza él la conversación: - Adela, perdón por llegar así, pero quiero que sepas algo que es importante para mí, yo no soy una buena persona, yo soy tóxico, daño a quien está cerca de mí, no soy quien tú crees o has imaginado de mí, he sido un patán por...-, lo detengo y me duele escucharlo así, ¡cómo no puede darse cuenta!, me trago mi amor y le contesto con franqueza: - ¡No!, no te voy a permitir que destruyas lo que siento, aún fueras un monstruo, lo que veo en tus ojos, sé que no lo puede ver nadie, incluso ella.- me fatigo y él se levanta, jamás deja esa pose protectora conmigo.
Me reincorporo, tomo aire, le pido explicaciones y sólo se digna a guardar sus lágrimas, me cansa el escuchar cómo se despedaza, cómo me cuenta que su novia lo ha terminado, así siguieron los tres días siguientes sin falta, todos nos veían como los magníficos amigos que se conocieron en el hospital, yo intentaba ser psicóloga para callar lo que sentía y él, como vendedor, anclándome la idea de ser la peor persona del mundo.
Jamás hablamos de nosotros, sólo contábamos nuestras penas y dudas, él me curaba las heridas y yo sanaba su paz interior.
Nos hacía bien hablar, pero me moría de ganas poder explicarle y querer ser parte de su vida.
El "tenemos que hablar", se prolongó durante un mes y medio, regresé a mi departamento, poco a poco a mi vida, la segunda despedida de mi casa fue una fiesta, mis amigos estaban ahí, los verdaderos, los que celebraron mi cumpleaños con una cena, vino y una lap top con música regional mexicana. Él sólo existía de lunes a miércoles, pero esos tres días, eran mi paraíso personal.
-"Si te vieras con mis ojos, entenderías la maravilla que es poder tenerte a mi lado, aunque seamos amigos, aunque seamos confidentes, aunque aquella vez solo fue un oasis en el desierto de mi cotidiana y sustentada tortura hospitalaria de hace meses.
Mi admirador se va a EUA, regresa en seis meses, estudiará inglés y una nueva vida. Promete volver.
Yo ahora suelo cantar la canción de "amiga mía" de Alejandro Sanz, me permito vivir tranquila y con la limeranza encubierta en una amistad malintencionada como diría Fernando Delgadillo con su "no me pidas ser tu amigo", suspiro y evalúo, en voz alta con mi hermana, mi confidente.
Se me han pasado los días, la angustia y sólo vivo.
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ADELA
RomanceAdela, una mujer con todo un mundo y una vida...que la llevará a descifrar los misterios de sí misma. Un viernes, música, lluvia y una coincidencia...los elementos de la travesía más impactante de su vida.