CAPÍTULO 1 - Recuerdos

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"El amor es un paso. El adiós es otro... y ambos deben ser firmes, nada es para siempre en la vida."                                                                                                                                        Chavela Vargas

Respiro profundo, después de cinco minutos de un debate con el chico que puso el arnés y cuerdas para saltar, aquí estoy, en mi primer salto de la tirolesa. Me siento como cuando niña no quería saludar a algunos familiares que me eran desconocidos, pero la presión de ya estar ahí y no ser descortés, me doblega. ¡Certeza!, ¡certeza!, ¡certeza! – comencé a gritar para convencerme y ahí estaba yo, a una distancia de 80 metros del suelo. Mi pesimista pensamiento era: “tal vez estas cuerdas no me sujeten lo suficientemente bien como para todo el trayecto…Adela aquí terminaste, sin haber amado perdidamente y frente a la mirada de tu familia desde el Cerro de La Bufa”, mi pensamiento se desvaneció cuando observé la ciudad y sentía el maravilloso aire fresco de la bella Zacatecas.

Nada importaba, me mantuve en contacto con mis sentidos por dos minutos y nada más era relevante, el sonido de las cuerdas deslizándose eran majestuosas. La experiencia en la ciudad de Zacatecas desencadenó totalmente mi amor por la cultura mexicana, a cada paso y con cada museo, además viajar con mi familia fue lindo…lo necesitábamos.

Respiro profundo nuevamente, ahí está él, Martin junto a nuestro parque favorito con las luces de la ciudad iluminando nuestra noche, ese día fue maravilloso y él, lucía guapísimo. Jamás imaginaba lo que estaba a punto de pasar, él era mi mejor amigo y de ahí nació nuestra relación… ¡nuestra larga y perfecta relación!, fuimos novios durante tres años y nada parecía rompernos; solo la distancia. Debí sospechar cada detalle que tuvo ese día, pero fue hasta que lo vi hincado frente a mí con una bella sortija de corte princesa (mi favorita) y ahí las palabras de protocolo sobre lo mucho que me amaba.

La promesa de una vida juntos y de un futuro forjado con la misma fuerza de nuestro amor, no fue lo que me hizo negarme sino que, hacían ya seis meses que Martin había comenzado a portarse indiferente. Me sorprendió que me propusiera matrimonio, después de días en los que constantemente habíamos estado discutiendo por el tiempo que ya no nos dedicábamos. ¡Dios mío! ¡Lo amaba tanto!, pero en ese momento me tuve que amar más a mí.

No había duda, habíamos cambiado y con ello, la sonrisa de nuestro rostro se disipaba poco a poco conforme las fotografías eran subidas a las redes sociales. Al menos si no era feliz por dentro, que el mundo viera lo feliz que podía disimular por fuera. Creía que esa noche sería mi cita perfecta: una cena, baile en el antro de música salsa y escabullirnos en algún escondite del mundo para fundirnos en sexo romántico con tintes salvajes y “blue jeans” de Lana del Rey como soundtrack.

Martin no me había propuesto matrimonio, me estaba proponiendo redención por todos estos meses en que se alejó de mí y decirle “Sí”, sería un poco de anestesia a las presiones de su familia por todo el tiempo juntos y sus expectativas de permanecer así “hasta que la muerte (o el tedio) nos separara”…Esa noche ni las luces de la ciudad pudieron iluminarnos el alma desgastada de las decepciones constantes y del tan temido “adiós”.

Dejé de verlo como el hombre que encendía mi piel, me convertí en su amiga con derechos (sin dejar el título de novios) y nos aventuramos a agonizar nuestras esperanzas de una mejor relación pero no fue así.

Fue por eso que decidí emprender mi camino, después de la dolorosa despedida que me costó dos borracheras con Alexa en fiestas y las preguntas de mi familia, así se cerró mi capítulo de amor. Meses después lo volví a ver, ya estaba con alguien más, me dolió verlo tan rápidamente recuperado y yo, con mis ilusiones puestas en el mundo que había construido después de él.

No puedo negar que caí en ser la anti-cupido de mis amigas, o como ellas me decían “la grinch”, a todo hombre que se me acercaba con la intención de una relación, simplemente lo rechazaba; no eran lo que yo esperaba, en ese momento, no eran Martin.

Decidí mantenerme a distancia de las escabrosas (para mí) relaciones amorosas, probé del sexo casual algunas veces; entendí lo que mi corazón estaba pidiendo: volver a vibrar.

Mi madre estaba preocupada por mí, había bajado de peso notablemente y mandaba a mi padre como guerrero protector de “su niña”, mediante pláticas en las reuniones. Mi adorado padre, mi adorado Joaquín, un hombre duro pero con un corazón de oro, sus palabras eran como si leyera mi mente, me quebraba cuando después de cada charla o regaño finalizaban con un “te amo mi chiquita”.

 En ese tiempo, me uní más a mi hermana, Elsa se convirtió en mi confidente y la más aguerrida defensora ante cual decepción ocasionada por algún chico. Cómplice de mi locura post – relación, comenzamos a tomar clases de pole dance en una academia cercana a mi café – restaurant favorito, ahí inicié mi admiración por el arte de ser stripper,  ¡que dolor en mis muslos! y en mi ego por cada clase en la que no podía subir por el tubo (sí, así se llama coloquialmente hasta en la academia). Lo que adoraba era el camino regreso a casa, escuchando a nuestros grupos como Good Charlotte o Nickelback a todo volumen en el coche, más cuando era viernes y Elsa decidía quedarse para hacer una improvisada “noche de chicas” en mi departamento que constaba de comprar una botella de ron con esencia de vainilla (¿cómo se llamaba?... ¡ah sí! El temido “Kraken”), unos pecaminosos tacos y rentar películas de todo tipo.  La resaca era divertida, teníamos una regla: “quien se duerma primero, hace el desayuno y toma la foto comprometedora sólo para la evidencia.

Comienzo a escuchar un “bip” continuo y muy cercano a mí, voces que no conozco hablan de una paciente de la cama ocho en el área de traumatología. Me siento como si estuviera debajo del agua, como cuando nadaba en las seductoras olas de mi amado Puerto Vallarta, un sonido tenue comienza a esclarecerse con palabras como "contusión" y "fractura". ¡No entiendo nada de lo que dicen!, quiero seguir nadando y no solo sumergirme pero...me causa curiosidad el sonido de las voces y ese maldito "bip" que no deja concentrarme en la plática. Uso mi mantra anti- estrés, recordar la canción de Coldplay: Clocks.

Respiro temblorosa y profundamente, abro los ojos y veo a mi familia levantándose de un salto del sillón azul poco gastado, miro para todos lados como si fuera un robot tratando de decodificar el área. Todo comienza a tomar sentido, el impacto y las sirenas; comienzo a llorar, estoy en un cuarto de hospital…yo soy la paciente de la cama ocho en el área de traumatología.

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