Bien aventurado sea quien ojos posea para ver el mundo de color. Bien aventurado sea quien aguante tenga para afrontar su hedor.
Hace muchos años conocí a alguien. Su nombre bien recuerdo, estaba apuntado en todas mis libretas. En aquel pupitre donde me sentaba por aquel entonces se bordaba aquel lindo sonido, Samantha. Pronunciarla me hace recordad su gran figura, su largo pelo, su postura, serena, su gran carisma, sus ojos. Aquellos ojos eran sinceramente únicos. Cada vez que la miraba hallaba pureza, calma, silencio. Su mirada era cómoda, podía permanecer un largo tiempo en ella, en silencio, sin tener la necesidad de apartarla.
El azul que esta poseía era profundo, perfecto. Más que un mar, veía un cielo, uno claro. Al verla, sentía que de aquel liviano abismo caería algún Ángel. Es difícil poder explicar con palabras aquella delicadeza con la que me miraba, la ternura que sentía, la solución que le daba a mis problemas con tan solo buscar sus grandes pupilas.
Negro, un color sin pigmento, seco, húmedo, oscuro, a su vez brillante. En el centro de aquel suave arco cristalino se encontraba aquel negro del que hablo. Algunas veces me veo reflejado en el pero cuando presto real atención veo allá hasta donde su corazón me lo permite.
Vivía por aquel momento con la intriga se saber quién era ella realmente, creo que nunca la llegué a conocer del todo, nunca conocemos a las personas, las personas nunca se conocen a ellas mismas.
Los libros siempre fueron una buena fuente de inspiración. Hablando de conocerse a uno mismo me recordó que usaba muchas veces la lectura para guiarme, solía identificar a las personas según lo que leían, mejor dicho, veía a esas personas con más profundidad.
Su mano y mi mano chocaron con aquel mismo libro. Por aquel entonces estaría en la secundaria cuando la conocí. Me sale siempre una sonrisa tonta cuando pienso en aquella situación, parecía el mismo cliché horroroso de aquel amor a primera vista provocado por un accidente, realmente fue así.
Su mano era suave, estaba tibia. Aquel roce cómodo junto al tacto de la rígida cubierta del libro me hizo estremecer. Nunca se me olvidará la primera vez que la tuve contacto visual con ella, parecía irreal. Me hipnotizaba rápidamente. Sigo sin entender cómo podía hacerlo, con el tiempo dejé de cuestionarlo, ella era especial y no tenía una explicación, me gustaba la idea de que fuera así.
Mientras que yo la miraba ella movía los labios, no recuerdo bien lo que me dijo, estaba enganchado en aquel abismo negro, cayendo en el de nuevo, dejándome ir.
Aquel libro era algo especial, me lo habré leído seis veces en aquellos años. Creo recordar su nombre, ¿La mecánica del corazón? Puede ser. Tenía una forma bastante metafórica de ver el amor. Al final, lo acabé adaptando a mi forma de sentirlo. ¿Te imaginas tener un corazón artificial que, según la intensidad de tus emociones, puede llegar a acabar con tu vida? ¿Y si el amor realmente es así? Emociones fuertes que te dañan y finalmente, de una forma u otra, te mata. Aquel amor no correspondido, aquella infidelidad, aquella pérdida. Al final, tú mismo eres el que cavas tu propia tumba, poco a poco, de forma discreta. Piensas que en aquel hoyo habrá un hueco para otra persona, pero nunca lo ves. Uno siempre estará solo al final.
Recuerdo mantener una larga conversación con ella, aunque realmente, sentí que conversaba con sus ojos una vez más, solo estos eran sinceros.
Recuerdo empezar a invitarla salir para seguir conversando con ellos, me excusaba en los libros para poder verla.
Recuerdo aquellas tardes en la cafetería, a veces, en silencio, uno bastante largo, no me molestaba.
Recuerdo aquel primer beso caliente en aquel gélido invierno.
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El Hedor © [Acabado]
Mystery / ThrillerEntre unos leves susurros, entre un breve lamento, entre una curiosidad que la llevó aquí y entre unas rejas que la dejan encerrada en mi jaula ahora era mía. - Lo siento Adalia, no puedo. -¿Por qué? Saqué de mi bolsillo una libreta sucia y vieja...