Muerte

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Carezco de sentido, de virtud, de sentimiento, de plenitud. El profundo pasillo porta miles de puertas y ninguna coincide con la llave que tengo, solo seguiré avanzando hasta encontrar una que se abra encontrando mi lugar. Llevo mucho camino recorrido y este es cada vez más oscuro, en su paso, escucho voces detrás mías que me fuerzan a no detenerme. Mientras más avanzo más ciego quedo, más sordo, sin olfato, sin tacto, sin vida. Mi camino no será este, pero no hay otro lugar que cruzar esa puerta, si es que existe una. No recuerdo desde cuándo dejé de respirar, tampoco recuerdo cual doloroso fue conocerte, ni quiero acordarme. Creo que estoy llegando al final del túnel, espero que sea este.

Dentro de un incendio incesante las llamas me consumen poco a poco. Yo soy quien las estimula, las aviva. No obstante, si así tiene que ser, que así sea. Viviré lo suficiente para ver el mundo arder o que este me vea morir, una vez así, estaré tranquilo.

En una playa gris y fría, cientos de ballenas surcarán los cielos y yo estaré allí, en la orilla, esperando al fin del mundo.

Mi mano vacía, húmeda, llena de grietas, cicatrices, texturas rugosas, no llegaron a sujetar su mano. Una mano tan pura y delicada que deslizaba con mis dedos soltando al vacío toda muestra de amor.

La sensación de abandono cuando salía del Colegio y todos los niños se iban con sus padres, sin embargo, yo estaba ahí, esperando. Miles de ojos siempre miran, siempre lamentan, ninguno ayuda.

Puente sin fin, un único camino que lleva a un futuro incierto pero que, sin más remedio, te toca seguir. Cada balda se rompe con cada paso, cada recuerdo se pierde con el tiempo, pero el dolor siempre sigue, pesa mucho.

En un despertar seco e inmóvil volví a ver al sin rostro en el reflejo del espejo observando.

Encerrado en mi cordura lo miré fijamente.

-¿Qué haces aquí?

Él no contestó, siguió inmóvil.

-¿Por qué siempre apareces de la nada? Tu presencia ha destruido mi vida.

Su sonrisa alargada, sus grandes cuernos que nacían se la cuenca de sus ojos. Ninguna expresión aclaraba mis dudas.

Un ser miserable que nunca hablaba, nunca me decía nada, siempre me observa con la misma cara, una felicidad falsa, desafiante, pecadora.

Me quedé un tiempo en silencio junto a él. La verdad, me sentía sólo. A veces es difícil admitir cuando uno está desolado, es una sensación frustrante que muchas personas alguna vez llegan vivir.

Puede que el sin rostro también se sienta así.

La vida nace, corre y muere. Los recuerdos, también. Cada día nos cruzamos con vidas, personas con situaciones desesperadas y vidas infernales de las cuales no tenemos conocimiento y nunca más nos volveremos a cruzar. Ojalá pudiera escuchar ese sufrimiento, ojalá escucharan el mío.

Creo que mi problema siempre ha sido no hablar de ello, no mencionar lo que no me gusta, lo que odio, lo que detesto.

-¿Estás bien?

El sin rostro bajó aquella sonrisa enfermiza, despensa su expresión y Miró hacía la derecha.

La noche aún seguía, la Luna llena alumbraba aquella habitación. La miré con despojo, desolado al ver que Adalia no estaba.

En el silencio, el sin rostro no volvió a mostrarse más. La puerta de la casa estaba abierta.

Salí a buscarla en las dormidas calles bohemias que sin llantos silbaban la brisa, una brisa fría y angustiante.

El Hedor © [Acabado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora