Capítulo 3. Gusto

50 5 0
                                    

La abracé, abracé su frío cuerpo que aun estando congelado era capaz de seguir dándome el mismo calor. Apreté fuertemente los párpados dejando caer lágrimas que corrían por las curvas de su pecho.

Me arrepentía, me arrepentía de no atreverme a decir te quiero, me arrepentía de no verte sonreír una última vez, me arrepentía porque dentro de todo esto sé que es por mi culpa y me arde.

Grité su nombre, un nombre vacío.

Dolía, me dolía mucho.
Llamé a una ambulancia, aunque sabía que no iban a poder hacer nada y mientras tanto me quedé dormido junto a ella, una última vez.

Por mucho que suplicara nada iba a cambiar, ella no está y no va a estar nunca jamás. Decidió irse, fue una cobarde. La gente así no debería existir en este mundo, gente que desprecie su futuro y que haga tanto daño a sus familias por una egoísta decisión que lo único que hace es crear agujeros en aquellas personas que siguen vivas. Como me duele que te hayas ido.

Adalia estaba dormida.

Quité delicadamente las cuerdas que grandes huellas dejaron en sus muñecas, la cargué en mis brazos y la recosté en mi habitación. Todo lo que quedó de noche me dediqué a limpiar y recoger todo el estropicio que la situación ha dejado.
Cogí el sillón donde suelo descansar y lo puse a la vera de la cama donde estaba ella dormida. Me acomodé y la miré durante más de medianoche, la otra mitad la acompañé en el sueño.

-Dante, no me dejes morir por favor.

-¿Te crees que quiero verte así?

-Sálvame por favor

-No puedo salvar a nadie si no puedo salvarme ni a mí mismo.

Voces interrumpían mi sueño que no sé hasta qué punto eran reales. No reconozco el tono, ni la armonía. Tampoco reconozco la situación ni la causa.

Un hilo de luz me cegó por un momento, parece que ya está amaneciendo.

-Oh, me encuentro fatal.

Adalia se despertó medio fatigada.

-¿Tienes apetito, quieres desayunar?

-Está bien.

La cocina estaba más bonita que de costumbre. El sol reflejaba en la encimera, los vasos brillaban y de la brisa que corría por la ventana su aire purificaba.

Me puse el delantal, encendí el fuego y coloqué una sartén con un poco de aceite. Rebané el pan y comprobé si el aceite estaba ya listo dejándolo tostar, mientras tanto, cogí mi cuchillo más afilado y corté un poco de jamón y aguacate.

Emplaté con una dulce melodía que se basaba en el silencio y la compañía, en esa primera vez que no solo hago desayuno para mi sino para alguien más, en ese perfeccionismo y nervio de si "le gustará", en esa melodía que tatareaba en mi cabeza mientras echaba una pizca de sal y pimienta. Junto con una taza de café y un vaso de zumo se lo llevé a la cama en una bandeja de madera.

-Oh, de verdad que no hacía falta.

-Tranquila, aquí tienes, disfruta.

-¿Puedes hacerme compañía, aquí, a mi lado?

-Claro

Me coloqué junto a ella en la cama, su respiración era calmada

Entonces me acordé de que no podía soltarla.

Después de tanto dolor, después de todo, la quería a ella. Era ella. Me dolía, pero tenía que ser ella. No la conocía, pero era ella, ella era quien tenía que destrozar mi corazón. Quien me quemaría, quien debería, era ella.

El Hedor © [Acabado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora