12. Cocinar

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Daniel

Desde mi posición en una de las sillas de la cocina podía ver todo alrededor mientras esperaba que Forbes terminara con la comida, Lara actualmente se encontraba persiguiendo a Méndez para que no bebiera alcohol mientras el descarado creía que podía escapar de la pequeña castaña, el resto estaba esparcido en pequeños grupos reunidos alrededor de la mesa de pin pon, la terraza y el jardín. 

— No tiene ni una sola oportunidad contra ella — le dije a Forbes, que apesar de tener dos sartenes y una olla a su cuidado la seguía con la mirada y una estúpida sonrisa en él.

Quizás era una suerte que ella no asistiera a los partidos porque sino estaríamos fritos con un quarterback ciego. ¿Por eso se decía que el amor era ciego? ¿Por qué sólo veías a una persona?.  ¿O tal vez porque no veías sus defectos? ¿O porque un mundo sin él o ella sería como vivir en sumido en la más cruda oscuridad?

Quisiera saberlo, realmente.

De repente, Guadamosi a mi otro lado me encajó su codo en el costado. 

— ¿Viste eso? — señaló casi con vehemencia la pantalla de su teléfono — De eso es lo que estoy hablando. 

Y algunos solo eran estúpidamente ciegos por sus teléfonos.

Porque ciertamente estábamos en una fiesta, habían al menos treinta personas en la casa y cada tanto alguien gimoteaba de borracho, las luces estaban bajas, había música y comenzaba a asomarse el desastre. Pero entonces era una fiesta particular porque sólo habían cinco personas ebrias o apunto de estarlo. Los novatos iniciados esta noche. 

Y está era nuestra manera de darles su bienvenida. 

Porque aunque habían sido admitidos no iban a jugar de lleno el domingo y si, las otras veinticinco personas sobrias eran titulares que cada tanto soltaban suspiros sombríos y melancólicos. Solo teníamos un objetivo en esa fiesta, emborrachar a esos novatos enclenques, esquivar los potenciales problemas y esperar la comida. 

— ¿Estas seguro de que sabes lo que haces? — me giré completamente para mirar Forbes. 

Me miró con el ceño fruncido, el tipo podía ser profundamente gruñón con todo el resto del mundo excepto a su chica.

— Es la tercera vez que me preguntas lo mismo — me señaló con su cucharón enorme cubierto de salsa — Si lo haces de nuevo te dejaré sin nada. 

— Debes entender que tenga mis dudas. 

— ¿Cómo crees que sobreviví un año solo al otro lado del lago? — volvió a hundir el cucharón en la olla de la salsa para moverlo con fuerza — Debía comer algo. Sobrevivir.

— Eso todavía es debatible — señalé con mis cejas arqueadas — Cuando volviste estabas tan grande como un ermitaño que comía vacas salvajes. Si recuerdas te pregunté si te metiste algo para inflar músculos.

Entrecerró aún más sus ojos.

— No, idiota.

— Es como una hazaña inverosímil para todos — añadió Guadamosi, olvidando por un segundo su drama asiático para también mirar a Forbes con incredulidad — Uno de los canales deportivos hizo una nota de que fue allí donde te convertiste en quarterback. Que encontraste el camino y otras mierdas espirituales.

— Ambos saben que fue alguien y no algo lo que hizo el milagro. Y eso debería decir cada una de sus estúpidas notas — de nuevo tenía esa sonrisa estúpida que lo poseía repentinamente y la mirada de cordero atropellado — Alguien que viene hacia acá. Y también, por si no lo saben a las chicas le gustan los hombres que cocinan. 

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