Lo que me falta

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  Solía jactarme de aquel ruiseñor que, solitario, seguía su melodioso trinar cada mañana al inflar su pecho en dirección a los rayos de sol que calentaban sus plumas como si de un sublime agradecimiento se tratase. Se reducía a solo la espera que cada época primaveral le traía a su vigoroso ser, descansando sobre aquella rama. Esa escena me llevó en incontables ocasiones a preguntarme el motivo por el cual siempre se encontraba dedicando sus mejores y más hermosas canciones a la notada ausencia de alguien deseado.

  Pero un día eso cambió: ya no estaba solo en aquella rama hueca. Ahora el Sol calentaba otro par de alas además de las suyas. Ahora, había encontrado una voz dispuesta a cantar a dúo, una presencia que su propia perseverancia premió. Ya no tenía motivos para burlarme de su soledad o sus esfuerzos que una vez creí, eran en vano. La pequeña ave había alzado vuelo acompañada. Me pregunté entonces si podría encontrar ese anhelo que llevaba largo tiempo dejando de lado y que comparé en un pasado a los deseos de aquella avecilla por encontrar a su compañero de vida.

  Creí que una espera sería suficiente para lograrlo, cosa que en ese entonces no comprendí del todo. Y por tal motivo, esa sedentaria decisión me impidió prepararme para lo que la vida traería hasta mí, días después, cuando por fin pude conocerte. Te tenía tan cerca y a la vez tan lejos, me forcé a luchar contra la locura y conseguí ganar a duras penas en cada ocasión. Y justo ahora, me veo cumpliendo una regla no escrita para volver a saborear la dicha de estar ante tu presencia, mientras parte de mi mundo anuncia un colapso que con mis manos trato de detener una y otra vez. Y vuelvo a preguntarme:

  ¿Qué haré con todas esas caricias que siguen amontonadas en mi habitación; los numerosos suspiros que cobran facturas cada segundo que pasa; las palabras no dichas que se extraviaron de camino a ti; las ganas de envolverte entre los límites del pequeño mundo de mis abrazos? ¿Cómo explicaré esa necesidad de nombrarte, pensarte, sentirte, buscarte en la distancia cuando todos a mis espaldas señalan hacia al lado contrario?

  Me niego a aceptar que de mis labios se borre la sensación que el toque de los tuyos me provoca. Procuro por ese roce necesario, ese abrazo que me prometiste, busco las palabras que ahora me faltan, las miradas que antes compartíamos ahora se me antojan a medianoche y la Luna llora porque ha aprendido de memoria los lamentos que, con ella, comparto. Porque no quiero acostumbrarme a tenerte lejos, no puedo conformarme con tu figura dibujada en 2D sobre un falso papel escondido en mi agenda de notas, en la que buscar tu rostro cuando la tristeza quiera hacer mella en mi alma.

  Cuando todo me recuerda a ti, el tiempo me suplica esperarte, la soledad condena mi terquedad y el silencio taladra en lo más profundo de mis convicciones que ahora hallo erróneas. Ni mi mente ni mi corazón están a favor de dejarte ir, me cercioro cada segundo de que el recuerdo de tu existencia siga vivo, que la estela de ese sentimiento continúe palpitando justo al lado de mi conciencia. Siento mis fortalezas correr apresuradas ante las constantes amenazas que la imagen de una vida sin ti me surge de improviso.
 
  Porque lo que me falta no es sinónimo de lo que he perdido, ni tesoro nunca antes encontrado. Es lo que tengo, la única razón a la que me aferro, un recuerdo intacto jamás alterado. Y, sin embargo, me faltas, lo admito; me descubro dependiendo de ti con todas mis fuerzas a favor y parte del mundo en mi contra ¿Qué haré para contrarrestar esta necesidad? ¿Acaso tienes la respuesta, amor mío? ¿Escucharás el canto silencioso de este pequeño ruiseñor que tanto anhela acompañarte?

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Imagen: by @ThisLazyWriter

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⏰ Última actualización: Aug 10, 2022 ⏰

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