Sol de mis mañanas

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   Ese aroma tan delicioso a café matutino me da la fuerza suficiente como para derrotar a un titán con los ojos cerrados y una mano atada a mi espalda. Bueno, no hay que exagerar tanto pero el punto es que me encanta y ya. Después de verterlo en mi taza favorita y añadirle un poco de miel, se crea la combinación perfecta de sabores que estimula mi paladar medio adormecido aún.

   La sartén me espera sobre la estufa con el punto de aceite perfecto para preparar huevos revueltos y tocino, algo indispensable en mis mañanas. Disfruto cada bocado deleitándome con un amanecer desde la ventana de la cocina, lo que me recuerda que falta poco para que salga el sol. Termino mi desayuno y salgo rápidamente por la puerta en dirección a la pastelería más cercana.

   Debo decir, sin ninguna duda, que estos dulces son de otro universo. Ya logré entender por qué te gustan tanto, después de probar uno hace unas semanas. Con sumo cuidado extraigo uno de la pequeña cajita y lo coloco sobre un plato, me detengo unos segundos para guardar el resto en la nevera; tu jalea predilecta espera por mí y el café continúa tibio, esa es buena señal.

   ¡Cielos! Olvidé pasar por el supermercado a comprar fruta. Y como compitiendo con el viento salgo una vez más, prácticamente volando, hacia la tienda. Vuelvo con la premura sobre mis espaldas, entre jadeos y nerviosismo inexplicables. Dejo la bolsa de la compra sobre la mesa, hoy las fresas y las moras estaban de oferta. Menudo desorden había creado en cuestión de minutos.

   Será mejor que organice todo esto antes de continuar con lo que tenía planeado. Vuelvo a mirar por la ventana, los contrastes de naranja, amarillo y azul del cielo son simplemente maravillosos. Pero debo seguir con las tareas pendientes, o me llevaré un buen regaño de tu parte, por mucho que tu cara con expresión malhumorada me encante, hoy no es la que deseo contemplar.

   De la repisa tomo la bandeja y coloco tu taza con el café a la temperatura idónea, una rodaja de naranja, el plato y el dulce que tanto te gusta saborear, tu jalea de frutas y como atrevimiento, añadí un melocotón a la mezcla. Una última ojeada a la cocina y subí lentamente las escaleras. Con mucha cautela giré del pomo de la puerta y entré en la habitación.

   Me acerco a la cama, sin quitarte la vista de encima y deposito como puedo la bandeja sobre la pequeña mesa de noche. Duermes tranquilamente, creando una atmósfera agradable a tu alrededor y me pregunto cómo puedes descansar con tanta comodidad, sabiendo de sobra que dentro de mí desencadenas tantas reacciones placenteras e indescriptibles.

   Esa carita tan apacible, los leves susurros que pronuncias entre sueños, pareciese mi propio paraíso, pero estás ahí, justo frente a mí mientras las sábanas te arropan a medias y mis ojos no pueden evitar admirarte. Acerco mis labios a tu oído y susurro un “te amo” casi inaudible para después sorprenderme al ver dibujado en tu rostro una sonrisa, mientras abres poco a poco los párpados ¿Así que no estabas descansando después de todo? <<Qué tontería la mía al haber caído tan fácil en tu trampa, amor mío>> pensé sentándome a tu lado, mientras tomaba la bandeja y te la extendía.

   La reluciente sonrisa que me mostraste era todo lo que estaba buscando hoy, despertarte con un desayuno en la cama era uno de mis objetivos y al correr las cortinas de la habitación y volver a sentarme junto a ti, solo pude decir:

—Otro hermoso día en el que ese reluciente astro compite contigo por ser el sol de mis mañanas.

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