Las palabras de aquel hombre me hacían eco en la cabeza, caminaba con paso acelerado en dirección a la sala de tronos, a mi lado algunas mucamas y sirvientes hicieron una reverencia, extrañamente dicha acción me revolvió ligeramente el estómago.
Sin prestar mucha atención continúe mi camino topandome en el trayecto a Aticcus, el mensajero del palacio. Un hombre de estatura promedio, su cabello canoso lo llevaba cuidadosamente peinado hacía atrás, sus ojos verdes brillaron de alegría al verme, se encamino a mi a paso rápido.
— Jóven príncipe— hizo una reverencia y nuevamente esa sensación en el estómago me atacó— Que dicha verlo de regreso, su madre estará muy contenta de verlo.
— Lo siento Aticcus pero en estos momentos al que busco es a mi padre— respondí con seriedad sin detener mi caminar
—Lo anunciaré entonces— habló mientras me seguía el paso—
— No es necesario, no necesito ser anunciado.
— Eírian, por favor muchacho se más...— le interrumpí al abrir de golpe las enormes puertas de aquel conocido salón, la mirada de todos cayó en nosostros, sin embargo la mía se fijó en aquel hombre de cabello negro y penetrantes ojos grises, un color tan frío como su propio corazón.
Se encontraba sentado en aquel ostentoso trono, vestía un elegante conjunto de colores pálidos y sobre su cabeza descansaba esa brillante corona adornada con valiosas piedras preciosas, a su lado mi madre se puso de pie.
— Ian..— una sonrisa cálida se dibujo en sus labios, encamino sus pasos hacia mi sosteniendo los pliegues de su vestido amarillo pálido, el cual hacía un bello conjunto con sus cabellos dorados y esos tiernos ojos azules que la caracterizaban.
No me cabía duda alguna que mi madre y mi padre eran como el agua y el aceite. Eran tan diferentes que el hecho de que estuviesen casados era casi increíble. Mientras que mi madre era todo amor y dulzura a mi padre una sola palabra podría llegar a describir un poco de lo que era. Crueldad.
Durante mis 18 años de vida había comprendido que Morgan De La Rose era un hombre de palabra firme, actos bárbaros e inegablemente una inteligencia admirable. El jamás fue un padre amoroso o un esposo protector.
Su egoísmo le había llevado a privarse a sí mismo de muchas cosas, entre ellas el amor. El no se amaba más que así mismo y eso nos lo había dejado en claro en muchas ocasiones. Siempre sería él por encima de quién quiera que sea.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por el fuerte abrazo por parte de mi madre, su tamaño le impidió rodear mi cuello con facilidad por lo cual tuve que inclinarme un poco para facilitarle aquello. Mis brazos no tardaron en responder el abrazo y después de muchos días me había dado el tiempo de disfrutar de la calidez que mi madre emanaba, haciéndome sentir genuinamente protegido.
— No sabes cómo te he echado de menos— susurro para mí con su voz quebradiza.
— No llores madre— respondí sobando su espalda— Estoy en casa. Estoy de nuevo a tu lado— bese con delicadeza su mejilla en cuanto terminamos con el abrazo. La sonrisa que me había dedicado fue amor puro, una sonrisa digna de Athea Lestrange.
—Muy conmovedora escena, espero que no haya sido el único motivo por el cuál hayas hecho tan desagradable entrada, Eírian— aquella voz dura me hizo endurecer mi mirada dirigiendola hacía el trono donde se encontraba.
—Morgan— le reprendió mi madre con molestia.
— Estás en lo correcto padre, este no es mi único motivo— respondí con firmeza, no tanta como la de él pero lo suficiente para hacerle frente.
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Las crónicas del Rey
General Fiction¿Alguna vez has tenido curiosidad sobre el origen de los monstruos? ¿Qué había antes de tanta maldad? ¿Qué habrá tras la oscuridad? ¿Cómo derrotar a un monstruo? Un futuro rey con dones especiales, un destino marcado y un tormento asignado. ¿Acaso l...