Todo en familia - 2.4 - El padre

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Estaba furioso con los chicos y empezó a sermonearlos:

-¿Saben lo que lograron? ¡Desautorizarme adelante de mi hermano! ¡Ahora, él se siente con más derecho sobre mis hijos que yo mismo! ¡¿Cómo puede ser que hayan cogido con su tío antes que con su padre?!

El rubio intentó explicar:

-¡Pero, papá...!

-¡"Papá" nada! ¡Se ganaron un castigo! ¡Vení para acá!

Le bajó la pollera y la bombacha (porque así se vestían ahora los hermanitos), lo hizo ponerse boca abajo sobre su regazo y le empezó a zurrar el culo. Le metió tantos chirlos que las nalgas le quedaron coloradas. Estas sensaciones le encantaban al chico y le dolían menos porque le causaban placer.

Después de que lo dejó al rubio, le tocó al morocho, quien no se calentaba menos con el castigo. La mano abierta caía sobre su culo en golpes fuertes, que hacían ese ruido típico de una palmada contra la carne. Ese sonido, sumado a la pequeña señal de dolor que le enviaba su cuerpo, hacían que se pusiera loca, loca. Se sentía bien puta y quería que su padre le mande un dedo o se la meta directamente, deseo que pronto se iba a cumplir.

El padre los llamó para el sexo oral y le metió el miembro duro hasta la garganta al primer chico. Enseguida, mientras le caía la saliva, le hizo lo mismo al otro chico, forzándolo a tragar más de lo que aguantaba. Chorros de saliva escaparon de su boca. Se sentían desamparados ante la brutalidad de su padre.

Entonces, mientras todavía estaban en cuatro patas, con la cabeza cerca de su verga, les metía un dedo en el orto a cada uno con distinta mano, usando como lubricante la misma saliva que les había hecho soltar en abundancia.

-¡Chupen entre los dos, como las putas que son!

-¡Por favor, papi! ¡Tratanos de nenas! ¡Basta de decirnos "los dos"!- le pidió el morocho.

-¡No te preocupes, que te voy a tratar de nena aunque de otra forma! ¡Vení para acá!

Lo ayudó a darse vuelta, para que el culo se le ofrezca y, sin ninguna preparación, le hundió la poronga hasta el fondo. Al sentirla, el morocho puso cara de sorpresa y calentura al mismo tiempo.

-¡Papá te va a dar la leche!

Se lo culeaba con rudeza, sin importarle la salud de su hijo. Le cacheteaba las nalgas bien fuerte y le daba empujones de caderas y cada vez le daba más duro.

Tanto moverse contra esas cachas morenas, tanto chocar los testículos contra el hoyo ansioso de pija, hizo que el padre entre en calor y que el orgasmo se acerque.

-¡Preparate, que te voy a llenar el culo de lechita, maricón!

Las sacudidas adentro de su culo y el esperma inundándole las entrañas le hicieron tener una erección al chico, pero él sólo estaba recibiendo y apoyando sus manos en el piso.

-Papá, yo también necesito acabar.

-Andá al rincón y tocate ahí, mirando contra la pared.

Mientras se manoseaba sus partes, se le podía ver el agujero abierto, goteando semen. Aunque el padre no se iba a quedar viendo.

-¡Vení para acá, rubia! ¿Querías ser puta? ¡Te voy a dar el gusto!

Mientras lo montaba, le agarró los pelos con fuerza.

-¡Ay, papá! ¡Duele!

-¡No te quejabas cuando tu tío te rompía el hoyo! ¡Ahora, te voy a destrozar sin piedad, puta de mierda!

Y se movió con salvajismo, forzando al extremo la resistencia del chico.

-¡Ay, me arde! ¡Me arde mucho! ¡Ay, ay!- gimió el rubio.

-¡Me importa un carajo! ¡Hasta que no termine, te aguantás!

El hoyo se hinchaba y se ponía morado. El rubio sentía el goce de su próstata mezclado con el dolor.

-¡Se viene! ¡Te voy a rellenar como a un pavo!

Los disparos de semen caliente fueron inyectándole por atrás ese jugo blanquecino, jugo de macho. No entendía cómo podía ser tan puto teniendo un padre así. Soltó un gemido, no de sufrimiento sino de placer, de su próstata cariñosa que agradecía la verga.

El hombre llamó al morocho:

-¡Vení para acá!

Y le hundió la cara entre las nalgas del hermano.

-¡Empezá a chupar, putita! ¡Quiero que no le dejes ni una gota adentro!

Y otra vez se la puso al primer chico. Era bestial que ni siquiera necesitara descansar para meterla de nuevo.

-¡Papá es asombroso!- elogió el rubio.

Embestía con fuerza y su hijo sólo podía acomodar la cola, levantándola, y abrirse las nalgas con la mano, con el propósito de que no lo rompa tanto como su enojado padre quería.

-Si se aguanta un poco de tiempo, después se disfruta- comentó el morocho.

Pero la brutal cogida seguía en marcha y cada vez soportaba menos. Sin embargo, no importaba lo que le pasara. El padre no iba a parar hasta conseguir un orgasmo. Tratando de adelantarlo, el chico empezó a decirle cosas:

-¡Qué buena pija, papi! ¡Me estás reventando por dentro, ¿sabías?! ¡Ya no puedo más! ¡Es demasiada poronga para un culo tan chiquito! ¡No me cabe! ¡Porfis, que no me voy a poder sentar en una semana entera!

Las palabras lograron encender al hombre y otra vez los sacudones de la verga desafiaron las paredes apretadas que lo contenían, mientras descargaban su blanco fluido en torrrentes cálidos.

Entonces, le dio una palmada en el culo y trajo al rubio de los pelos, empujándole la cara contra el hoyo recién dilatado, como si quisiese hundirle la cabeza entera en él.

-¡Ay, papá! ¡No seas tan bruto!

-¡Callate! ¡Más vale que se lo limpies bien limpito o te cojo de nuevo y ya sé que no podés aguantar otra ronda, pero te lo hago igual!

Advertido, el rubio no tuvo opción que ser tan amable como podía con su hermano, no sea cosa que su cuerpo terminara en peligro por los arrebatos de su padre.

Y cuando estaban en esto, el hombre tomó un fibrón y llenó el cuerpo de los chicos con frases depravadas: "perra cochina", "puta", "100% roto" (el culo), "sin usar" (el pito), "amo la verga" y así sucesivamente.

Sissy x 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora