La mujer morena tenía las caderas anchas y un culo muy apreciado por la sociedad.
Estaba molesta. Se había enterado del castigo que recibieron sus hijos por parte de su marido.
-¡No puedo creer que me casé con un salvaje!
El hombre rubio y alto se quejó.
-¡Los consentís demasiado! Por eso salieron tan maricones.
La morena se terminó de enfadar.
-¡Ya basta! Porque les gusta la poronga no dejan de ser tus hijos. Deberías quererlos y respetarlos tal como son.
La madre llamó a los muchachos junto a ella, buscando darles su protección, aunque fuese demasiado tarde. El instinto maternal le exigía cobijar a sus polluelos para sentirse en paz.
-¡Vengan a bañarse con mami!
Los tres desnudos, dentro del baño, y la enorme bañera blanca esperándolos, llena de agua.
Así como ellos veían la vagina enorme de su progenitora, ella les estaba viendo sus partes pequeñitas.
-¡No sean vergonzosos! Yo les cambiaba los pañales y les limpiaba el culo. No hay nada que no haya visto.
Pero, claro, el tiempo había pasado y el morocho y el rubio se sentían cohibidos porque les colgaban adelante unas bolitas y una salchichita tan chicas que causarían más risa a las mujeres que fantasías sexuales.
El rubio intentó disculparse.
-No crecimos demasiado de este lugar. Vamos a tener que probar el agrandamiento de pene.
La mujer derramó su inmenso cariño.
-¡Pero si es perfecto lo que tienen! Son muy dulces los hombres con unas partes tan medidas. ¡Es todo lo que hace falta!
Ellos dudaron. ¿Su madre les decía la verdad o se dejaba llevar por el amor y les decía una mentira piadosa?
La morena lavó el cuerpo de ambos, incluyendo sus partes íntimas y el trasero. Todo se los enjabonó y enjuagó.
A cambio, les pidió que hagan lo mismo con ella y así enjabonaron y lavaron hasta lo más íntimo de su propia madre.
El morocho fue un tanto pícaro en meter los dedos, porque le gustaba la sensación del interior de su madre. Por ahí, habían nacido y guardaba un significado muy especial.
Pronto, entendieron que no sólo iban a bañarse, cuando ella les besó el culo.
El rubio sintió la lengua penetrar en su ano, transpasarlo con ardiente pasión. Entraba y salía bastante profundo. Se sentía violado, mientras ella le abría los glúteos con ambas manos, haciéndolo sentir más maricón.
Se enrojeció de placer y no pudo negar que era buena dando sexo oral.
El otro hijo, el morocho, miraba con deseos y pronto llegó su turno.
Las nalgas del morocho se abrieron en las manos de su madre y la lengua se hundió y se agitó dentro de su hoyo. Al entrar y salir repetidas veces, el goce se iba difundiendo por su cuerpo. Recordó que por atrás era multiorgásmico, así que ella podía continuar cuanto quisiera.
La morena los acomodó a los dos en cuatro patas y le hundió a cada uno dos de dos de una mano. Entonces, procedió con sus hábiles dedos a estimular sus próstatas.
Los pequeños penes alcanzaron la erección y amenazaban con escupir su jugo blanco en cualquier momento.
Mientras tanto, ellos fueron deleitados por sus pasivas tendencias al tener esos dedos metidos en sus culos, hurgando sin parar. Ella sabía dónde tocar y entendía sobre dar un tratamiento amable a sus cuerpos. Les hacía mimos en la glándula prostática de cada uno y metía y sacaba los dedos con suavidad, aunque también sabía ser firme en el momento preciso.
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Sissy x 2
Random¿Qué puede ser mejor que la historia de una sissy? ¡La historia de dos sissys! Éste es un conjunto de historias cortas y cargadas de erotismo (sólo para adultos).