Ciérrale los ojos al muerto

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En un parpadeo comenzó a hacerse de día
Y los monstruos la miraron como si se tratara de otra niña.

"Querida mía, ahora eres parte de esta familia
Has asesinado a quién te ha dado la vida.
¿Cómo te sientes, amiga bonita?
Ahora que no hay demonio más grande que tú misma".

Pero ya no respondía. No se reconocía.
Sus venas eran cables que ellos movían
Y su boca, una línea dibujada con tiza nívea.
Ella era penumbra, y ahora jamás estaría desnuda.

La cubrían moretones y sustancias oscuras,
Las mismas que bañaban al monstruo en el piso
Con quien compartió manos, cuerpo y caricias...
Pero ahora estaba tiesa con los ojos bien abiertos.

Y todos se reían, como si sus golpes les hicieran cosquillas,
Sonoros en el techo, aclarándose los miedos por la luz del día.
Cada uno le fue recordando a la niña por qué debía permanecer allí arriba.
Aunque el sol ardía, su piel estaba bautizada con ansias de sobrevivir por sí misma.

Los escuchó recordar travesías del año pasado,
Cuando quemarse las mejillas era parte del trato
Y sus pasos no se veían restringidos por filamentos
Que podrían apretarla en cualquier momento.

También del calor sofocante de Julio a Septiembre,
Cuando el sol golpeaba sobre sus cabezas perpendicularmente.
La película de terror que siempre veían sus padres para abrazarse
Y el susurro de otra voz igual a la suya que ya no se escuchaba en el aire.

La ira insertada hacía unos segundos apareció como fósforo que se desliza
Consumiendo su paciencia ante las risas que no se detenían,
Hasta que terminó en una explosión que se llevó lo mejor de ella
O lo que quedaba de la conciencia en la pobre niña.

Uno a uno fue cercenado, dejado sin brazos, ni cuello, ni cantos,
Cada risa se fue desfigurando... y les arrancó los ojos como caramelos incrustados.
Los lanzó contra el suelo, sabiendo que ahora tenía más fuerza que ellos,
Y los arrastró por el techo, hasta llegar al filo donde había perdido su reflejo.

Le dio un último vistazo, aún sin reconocerse en ella.
Solo existía una, y el resto no era más que el pasado manchando sus manos.

Ni la gemela de arriba ni la gemela de abajo,
Ni los monstruos del cuarto ni los del techo barnizado.
Se acabaron los espectros en el momento en que ella perdió el control de su cerebro
Y se colaron en ella las lágrimas de las víctimas que se habían equivocado de horario.

El sol no quemaba las memorias hechas entre hermanas,
Llorar no le secaba la sangre que antes corrió en otras venas.
El aullante latido del corazón herido la mantenía con la mandíbula erecta.
Mirando las nubes chocar sobre su cabeza y los cadáveres con la piel abierta.

Y antes de que pudiera intentar un último movimiento.
El viento de estío golpeó su torso empapado.
Cerrando sus ojos antes de que su eco perverso
Despertara del sueño.





Monstruos en el techoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora