1. Kapitel eins

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Petricor

Otoño

Noah Campbell:

Los climas húmedos y lluviosos se aproximaban con la llegada del otoño y junto a él, aquel proceloso y descolorido tiempo que tanto odiaba. Para algunas personas la lluvia era algo sumamente maravilloso o romántico, que, a pesar de ser un tanto opaco y mortecino, tenía su lado hermoso.

Yo no pensaba lo mismo. Los días nublados reflejaban abatimiento y tristeza. Aunque... No negaba que era un poco divertido observar cómo las personas correteaban de un lado hacia otro en busca de un lugar para resguardarse de la lluvia.

Si, me divertían un poco las desgracias ajenas.

Las pesadas gotas de la lluvia se deslizaban lentamente por el cristal de la ventana del auto. A donde vieses todo era húmedo y opaco; sin color, desvaído. Las copas de los árboles eran poco visibles por la espesa neblina que los absorbía, y las calles se perdían entre la densa bruma que habitaba en ellas.

Solía amar los días lluviosos, el olor que producía la lluvia al hacer contacto con el suelo. La sensación húmeda en el aire, así como también, las tazas de chocolate caliente que mamá preparaba para mí en esas tardes donde el frío era voraz y abrasador. Las nubes grisáceas llenando el cielo y ese clima árido y descolorido, que, aunque suene irónico, solía agradarme.

Los minutos transcurrían lentos, la lluvia no cesaba y mi humor empeoraba de a poco. Las edificaciones del instituto se visualizaban en nuestro entorno. En cuanto estuvimos en el parking, el auto se detuvo dejándonos en un ligero silencio donde solamente se escuchaba el tintineo sosegado de la lluvia al estrellarse contra el suelo.

Las gotas no dejaban de caer, de a poco, se incrementaban volviéndose mucho más recia. Tomé mi paraguas y salí del auto. El frío y el agradable olor de la lluvia tan conocido como petricor fue lo primero en recibirme. El suelo estaba charcoso y miles de hojas y pequeñas ramas lo cubrían, el viento rugía y los árboles se mecían desmesuradamente a causa de este.

Entramos al lugar, varios mechones de mi cabello se adherían a mi piel por lo húmedos que estaban. Miré al rubio que yacía a mi lado, el cual estaba completamente empapado. Gruñó por lo bajo mientras se despojaba del gran abrigo que ahora estaba violentamente humedecido, y que, al parecer, solamente había sido la única prenda afectada por la maldita lluvia.

―Joder, maldita sea mi suerte ―se quejó mientras sacudía su paraguas como si este fuera el causante de lo recientemente sucedido. Bueno, en realidad si lo era.

Su única función era resguardarlo de la lluvia y este no estaba más que destrozado.

― ¿No que muy linda la lluvia? ―me burlé, Ethan era fácil de molestar.

―Joder, es linda cuando no estas empapado ―rezongó ―. Aparte, tú odias todo lo que existe, no tienes derecho a opinar.

Me encogí de hombros restándole importancia... Lo demás no se ve.

Visualicé el interior del instituto, todo estaba exactamente igual. Estudiantes iban y venían con prisa; algunos con las sábanas aún pegadas a sus caras y otros como si hubieran salido de las mismísimas revistas Vogue. Nos dirigimos hacia el lugar donde seria nuestra nueva aula, el bullicio de los estudiantes me aturdía y para mi jodida suerte, el rubio no paraba de exigirme que quitara mi cara de fastidio. Al llegar, nos sentamos al fondo como en todos los años. Habían caras nuevas, pero me daba exactamente igual.

Faltaban un par de minutos para que la clase iniciara. A decir verdad, apenas había llegado y ya deseaba irme, encerrarme en mi habitación mientras escuchaba canciones variadas de mis bandas favoritas mientras que mi abuela se quejaba del volumen alto.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora