Prólogo

240 27 38
                                    

Crecí creyendo que todo lo que nos sucedía ocurría por un motivo. Que detrás de ello existía un por qué, una razón o hasta un fundamento que nos hiciera comprender lo sucedido. O al menos, eso es lo que me hacían creer desde pequeño.

Circunstancias que asiduamente no creíamos merecer, pero que el destino instaba en otorgarnos.

Algunas personas lo veían como algo infortunio, otras como su redención. Sin embargo, a pesar de los varios años transcurridos, yo aún no era capaz de hallar el modo de ver la mía.

Hasta que llegó ella.

Llegó siendo ese pequeño rayo de sol que se cuela por una ventana. Logrando así, que las penumbras que residen en una habitación se disipen. En mi caso, dispersando la lobreguez que yacía en mi alma.

Su brillo. Esa luz que desprendía e iluminaba hasta el rincón más oscuro de cualquier habitación. Siendo ese pequeño lucero que prevalece entre la espesa oscuridad de una noche opaca. Su luz se coló por la pequeña ventana de mi mísera alma, logrando que el brillo que ella irradiaba llegara a mí corazón, descubriendo que éste aún seguía vivo, haciéndole saber que no todo estaba perdido. Le dio motivos para seguir latiendo, fue ese pequeño destello lleno de esperanzas en su gran universo umbrío.

• ────── დ ────── •

El sol comenzaba a ocultarse, su luz se volvía suave y difusa. Una detonación de matices naranjas y tonalidades rojizas se esparcían por todo el cielo tiñéndolo, irradiando paz y una apacible tranquilidad. Las copas de los árboles danzaban de un lado hacia otro en una perfecta sincronía, haciendo que pequeñas hojas se desprendieran de estos, creando un paisaje solemne, sublimemente perfecto.

Algo inefable, así como lo era ella.

En una mirada rápida me aseguré de que todo estuviera perfecto, tal como lo había planeado. Visualicé lo más importante de todo, su pintura. Aquella que con tanta devoción y, con el alma y corazón realicé. Abriéndome por completo, mostrándole cada uno de mis demonios, expresando todo aquello que sentía por ella, pero, por encima de todo, ese sentimiento llamado felicidad que con palabras no puede ser expresado.

Lentamente dejé caer el pequeño trozo de tela que obstruía su visión, permitiéndole que pudiese observar lo que al nuestro alrededor teníamos. Su pintura sobresalía ante la magnificencia de la perspectiva que este lugar nos brindaba. Al no obtener ningún tipo de reacción o respuesta de su parte, con el gran revuelo de emociones y los nervios a flor de piel, pronuncié:

—¿Sabes lo que significa Serendipia?

Ella al escucharme giró sobre su propio eje para enfrentarme. Su ceño estaba tenuemente fruncido por la pregunta antes dicha y sus enormes iris me escudriñaban ante el profundo silencio que nos rodeaba. Su mirada cristalizada se mantenía fija en mí con esa diminuta sonrisa trazada en sus labios que tanto la caracterizaba.

Por los nervios sonreí.

Ella al instante negó.

—Es aquello que se encuentra sin haberlo buscado —la miré a sus ojos, aquellos que estaban llenos de un brillo indescriptible, tal brillo que me hacía sentir vivo—. Eso eres tú en mi vida, Heather. Una Serendipia.

Mi serendipia.

Ella sonrió, descansó su cabeza en mi pecho y juntos, apreciamos el atardecer cayendo en silencio. Solo éramos ella, yo, y el sonido de nuestras respiraciones. Siendo de este momento el más perfecto.

Jamás pensé que algo tan sencillo y tan insignificante como una sonrisa, llegaría a hacerte sentir tan feliz, alegre, ufano, lleno, pero por encima de todo; vivo.

Se convirtió en esa melodía meliflua que le daba calma y sosiego a mí vida.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora