3. Kapitel Drei

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Somos más fuertes de lo que creemos.

Noah Campbell:

―Jason... ―murmuró con un ápice de súplica. Sus manos se deslizaban por todo su rostro en un intento por calmarlo.

―No, Amanda. ―soltó en un susurro que apenas pude oír ―. Sabes que no puede.

Presioné mis labios.

―Ich hasse dich! ―me escuché decir.

El alegre semblante de mi madre decaía a medida que mi padre se turbaba más, y mi postura de rebeldía se conservaba.

―¡Joder, Noah! ¿Es que no lo entiendes? ― cuestionó mi padre en un tono elevado mientras sus manos se tallaban en su rostro intentando hallar la calma ―. Ya te he dicho que no. No irás.

El sentimiento de la impotencia fluía por todo mi ser. Sentía como mi cuerpo emanaba la rabia y el resentimiento hacia mi padre. Yo solo deseaba salir como el resto de los adolescentes, tener amigos, quería ir a fiestas... Tener una vida normal.

―¿Por qué no? ―insté nuevamente. Miré a mi madre con la esperanza de que ella dijera algo, algo que lograra hacer cambiar de opinión a mi padre.

Pero toda ilusión se esfumó en cuanto a mi madre habló.

―Noah, amor... ―comenzó ella en un hilillo de voz mirándome con sus dos mares enternecida ―. Cálmate, cariño. No compliques más las cosas...

Divisaba como mi padre se pasaba de un lado hacia otro en la cocina. Jason Campbell, uno de los admirables empresarios del país, con las mejores y célebres empresas, y la perfecta e íntegra familia; pero jodido por un maldito trastorno que nos salpicaba a todos.

En especial a mí.

Sus manos se tornaban blancas por la presión que ejercía en ellas. Mamá siempre me sugería que no alterara a papá por su problema, pero en ese momento cualquier pensamiento de raciocinio se esfumaba, siendo substituido por la impotencia que sentía.

―Estoy cansado de no poder ser como el resto de las demás personas. Ich bin ein verdammter Gefangener! ―grité. Mi padre se encontraba de espaldas hacia mí. Mi mirada se fue a sus manos, observaba con detenimiento como en ellas se encontraba un frasco amarillo. No sabía que eso ocurría, pero lo que si tenía claro es que ya era muy tarde para remediarlo...

Mi pecho subía y bajaba con premura, un recio dolor retumbaba en mi cabeza y la capa de transpiración que yacía en mi frente se volvía fría por el aire que corría. Nuevamente esos malditos recuerdos volvían, destruyéndome de a poco, dejando a mi alma vagar en nada.

Dolor.

Culpa.

Miedo.

Esos tres sentimientos se esclarecían en mi mente, terminándome de hundir por completo en el vacío doliente que solía vivir y llevaba dentro.

Dolor, ese puñal desgarrador que perfora tu alma día y noche sin piedad alguna; dejando esa herida psíquica que nadie ve. Ese huracán que pasa y destruye tu ser, dejando todo de ti hecho ruinas, sumergiéndote en un mundo de completa y total apatía, haciéndote vivir un verdadero calvario.

Culpa, ese maldito castigo que ningún ser humano debe tener merecido. Ese sentimiento desagradable que, permanentemente, te quema, jode y reitera que; toda la mierda que vives se debe a ti. Esa emoción patología que, como alarma, salta a toda hora impidiéndote vivir sin dolor.

Y el miedo, esa puta emoción persistente que, aunque muchas veces nos cueste, podemos nombrar a través de la palabra. Ese sentimiento que nos impulsa a tener desconfianza hacia uno mismo. Esa ansiedad que habita dentro de ti, que te hace pensar que, en lo más mínimo, puedes llegar a salir nuevamente jodido.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora