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El grito que dio Nara al entrar a mi habitación y el fuerte sonido de la puerta chocando con la pared no me hicieron sobresaltar esa mañana.

—¡BUEEENOS DÍAS! Arriba, arriba, es nuestro primer día en Os... Oh, ya estás lista.

Estaba recostada sobre mi cama jugando con mi daga, ya vestida con unos pantalones de cuerina negros y un suéter color vino. Lista para mi segundo primer día de universidad. 

Me senté en el borde de mi cama para ponerme mis botines. —Siempre.

Agarré mi bolso y juntas fuimos a la sala para agarrar algo que desayunar. La cocina y la sala estaban separadas por un mesón, era un solo ambiente. Nos habíamos mudado a un departamento lo necesariamente espacioso para nosotras dos, que quedaba casi en el perímetro de Osbon.

—¿No tienes nervios? —preguntó Nara mientras salíamos del piso.

—No en realidad. —Me encogí de hombros.

Aunque sí tenía un poco de miedo. Desconocía el lugar, y un solo error podía echar todo a perder. Y no podía permitirme dar un paso en falso si estaba escapando de un peligro.

Trabajar para Umbra no era difícil, al menos no para mí. Diría que soy de las mejores entre todos los que trabajaban en lo mismo que yo. Y no, no trabajo como vendedora, camarera o cajera. Algo así de normal no congeniaba con mi vida. Mi trabajo era... Menos convencional y más adrenalínico.

Me pagaban por asesinar. Pero asesinaba para hacerle un bien al mundo.

Claro, eso debía mantenerse como un secreto en una caja fuerte porque, cuando ya alcanzas cierto reconocimiento, se vuelve peligroso. Aunque seas el mejor con tus armas y estrategias. Te comenzaban a buscar, para vengar la muerte de un monstruo, o para quitarte el primer lugar.

Por eso mismo, en el último trimestre del año, nos habíamos mudado a Osbon. Un pueblito poco conocido que de todas formas me daría para trabajar, y al mismo tiempo me permitía resguardar mi identidad.

Camino a la universidad nos dimos cuenta de que Osbon era bastante pequeño, lo suficiente como para que hayamos tardado no más de 15 minutos en llegar a nuestro destino utilizando mi coche.

El establecimiento en el que íbamos a estudiar ahora era más pequeño en comparación con el de Belcort —nuestra ciudad anterior—, viejo y se notaba que no estaba tan bien cuidado. Tenía un pequeño paseo con árboles teñidos de naranjo por la temporada otoñal que guiaba a la entrada del edificio. En la fachada, una gran puerta de madera oscura en un arco ojival que permanecía abierta para habilitar el ingreso de las personas, y arriba de esta había un ventanal redondo y calado.

Los pasillos eran amplios y también tenían ventanales que dejaban pasar la luz por entremedio del calado. No estaban completamente desiertos, pero la poca cantidad de personas que caminaban por ellos daba una leve sensación de desolación.

—¿Qué tienes ahora? —le pregunté a Nara.

—Tengo... —Sacó de su bolso el papel que tenía impreso con su horario. —Geometría 1 —bufó en respuesta. Iba a tener que volver a tomar algunas asignaturas debido al cambio, y la universidad de Osbon no le había convalidado las asignaturas que había aprobado el primer año.

—Agradecida estoy de estudiar danza y no algo relacionado con matemáticas.

Inmediatamente tomamos direcciones contrarias para dirigirnos cada una a nuestras respectivas salas, para así llegar a la hora y evitar llamar mucho la atención.

La primera sala a la que entré esa mañana tenía tres filas de mesones largos y curvos con butacas simples, donde ya se habían formados pequeños grupos de estudiantes. en diferentes puntos del salón. Al frente había un espacio vacío que tenía un mesón lo suficientemente grande para el uso de quien dictara la clase, y un telón blanco para el proyector.

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