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Desperté de golpe por un estruendo, algo que sonó como si una taza o un plato se hubiera caído y ahora estuviera hecho pedazos en el suelo de la cocina.

Maldije en mi mente, esa noche había llegado cansada de otra misión inesperada. No obstante, se me hizo casi imposible conciliar el sueño, y cuando finalmente lo logré, ese sonido fuerte me despertó.

Me levanté de mi cálida y segura cama, frotándome los ojos para disipar la pesadez de mis párpados y aclarar la vista. Afuera había un viento salvaje, que arremetía contra los vidrios y hacía un sonido aterrador y fantasmal cuando pasaba entre los huecos del ventanal. Adentro hacía frío, aunque se suponía que el aire acondicionado debía mantener la temperatura y humedad perfecta para quienes vivían dentro del departamento. Agarré de la percha una sudadera gruesa que identifiqué al tacto, porque todo estaba oscuro.

Salí de mi habitación y fui enseguida a encender la luz del pasillo. La bombilla no se encendió. Apreté el interruptor reiteradas veces, casi desesperada, esperando la iluminación que nunca llegó. Me devolví a mi cuarto a buscar mi celular. Lo desbloqueé y apreté el ícono que encendería la linterna, pero el flash de mi celular tampoco encendió. 

Extrañada, me pasé la mano por el cabello. Evalué las opciones que tenía en el caso de que alguien hubiera entrado al piso. Si no iba, esa persona desconocida podría tomar lo que quisiera y robárselo. Si no iba yo, vendría a por mí.

Definitivamente, tenía que ir yo, sin miedo. Yo no tenía miedo.

Bueno, quizás sí. Pero sólo un poco

Después de todo, yo siempre había sido acompañante de la oscuridad. Podía con ésto.

Ya tranquila y con la mente fría, busqué mi daga en mi mesita de noche, la empuñé escondida atrás de mi espalda y volví a salir de mi cuarto. Sin hacer ni un solo ruido, llegué hasta el final del pasillo, apoyando la espalda en la pared que me mantenía oculta de la sala. Si es que había alguien, no sería capaz de verme desde ahí.

Esperé para salir de mi escondite en el momento preciso, escuchando cómo se removían objetos en la cocina. Cuando los sonidos cesaron, inspiré profundamente, aguanté la respiración un segundo, y exhalé lento. Iba a salir, y no tenía ni idea de con quién o qué me podría encontrar.

—¿Qué haces ahí?

Quedé congelada en mi posición cuando escuché que me hablaban. Dos personas me estaban mirando fijamente con la cabeza ladeada, confundidas. La luz del exterior les llegaba a la espalda, impidiéndome identificar sus facciones, pero reconocí por la voz a la persona más alta. Era Nara, y la más pequeña, que estaba sujetando su mano, debía ser Helena.

Respiré nuevamente.

—Me han causado un susto inmenso —refunfuñé, pasándome la mano por la cara con frustración.

—¿Por qué? Sólo somos nosotras —preguntó Val, incrédula.

—Ahora ya lo sé. —Rodé los ojos. Me detuve a observar sus siluetas, pude ver que ambas estaban igual de despeinadas. Vaya…

—¿Estás bien? —Helena preguntó. No podía ver su expresión, pero su voz denotaba preocupación. 

—Si… Ya me iré a mi cuarto. Eh… sigan con lo suyo. —Me fuí, dejándoles la vía libre para qué hicieran lo que quisieran, después de todo, yo me encontraba tan cansada que apenas volviera a apoyar mi cabeza en la almohada nuevamente, caería dormida.

O eso esperaba.

Mi habitación y la de Val quedaban a cada lado del departamento, así que ellas se fueron hablando y riendo en murmullos hacia un lado, mientras yo me devolvía por el mismo pasillo por el que había llegado.

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⏰ Última atualização: Jan 07, 2022 ⏰

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