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Música clásica sonaba a través de mis audífonos estaba formando el ambiente y me guiaba por la habitación. Pasaba entre el hueco de los sillones con pasos sutiles, saltos y giros, mientras sentía la pieza musical fluir en mi sangre.

Mi coreografía se vio interrumpida cuando la punta de mi pie rozó el dorso del cuerpo que estaba tirado en el centro de la sala. La mujer que estaba con las manos atadas hacía un esfuerzo para mirarme hacia arriba desde su posición boca abajo, con ojos de súplica.

—Oh, vamos, no me mires así. Casi siento compasión por ti —dije sarcástica.

—Por favor, déjame ir. Yo no hice nada y nunca-

—No quiero escucharte. —Me agaché para apartar mechones de cabello desordenado que cubrían su rostro. En estas situaciones me era imposible sentir algo, mi mente quedaba vacía por completo. Pero si lo hiciera, en definitiva, sentiría asco—. Quédate callada, así como lo hiciste todas las veces que encubriste a tu marido mientras estaba con niñas de menos de diez años. Los dos son igual de repugnantes —dije entre dientes.

Aquella mujer con un nombre que no recuerdo se limitó a obedecer mi orden. Sus ojos que me rogaban estaban lejos de tocar algún punto sensible en mí, así que continué:

—De cualquier forma sentirás dolor, pero puedo hacer de esto algo muuuy largo o algo rápido. Supongo que prefieres la segunda opción, ¿no?

Bueno, saben cómo esto termina...

***

Finalizaba la primera semana de universidad en Osbon y tengo que decir que me ha ido mejor de lo que yo esperaba. Pasar como cualquier otra estudiante fue fácil, manteniéndome al margen de todo lo que ocurre, claro. La compañía de Helena durante las clases en las que coincidimos hizo todo más ameno. 

No había querido preguntarle por el chico de la cafetería, pero admito que se me ha hecho imposible sacarlo de mi cabeza. ¿Por qué sentía tanta familiaridad hacia él?

De todas formas, el chico no apareció nuevamente después de ese día lunes. No sé si estuvo en la universidad o no, pero me parecía imposible que hubiera estado ahí y yo no lo hubiera visto ni un día.

Nara me había estado irritando con lo de la fiesta desde que llegué de mi asignación de la noche anterior. Y eso es lo que siguió haciendo cuando llegamos al piso después de nuestras clases.

—Mira, tengo el disfraz perfecto para que uses esta noche. Te quedará divino —dijo mientras cerraba la puerta del departamento. El entusiasmo se le salía por los poros.

—¿Disfraz? ¿Para qué quiero un disfraz?

Me puso cara de pocos amigos. —Es Halloween, necesitas un disfraz para la fiesta de hoy —remarcó.

Caí en la realidad y me di cuenta de la fecha. 31 de diciembre, Halloween. El día en el que perdí a Leo. Se me hizo un nudo en la garganta y un hueco en el pecho, y de repente, las ganas de ir de fiesta —que eran casi inexistentes, por cierto— desaparecieron.

—Creo que por hoy paso, se me han quitado las ganas. —Me levanto y salgo por el ventanal que separaba la sala del balcón, y que conectaba con mi cuarto.

—¿Qué? —chilló—, tú me dijiste que vendrías conmigo. No puedes echarte para atrás ahora. —Me siguió hasta mi habitación y logró entrar antes de que le cerrara la ventana en la cara.

—Pues mira cómo lo hago. —Me pongo mis audífonos y caigo en la cama, con la intención de echar una siesta.

—De eso nada. —Logró sacarme los audífonos directo de mis orejas con agilidad, fastidiándome—. Te meterás en ese maravillosamente sensual disfraz de gato que te compré e irás conmigo.

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