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Los cuadros venían ocurriendo desde hace un tiempo, y seguía sin descifrar qué los provocaba o por qué sucedían.

Lo único que conocía de ellos era que habían dos tipos, o por lo menos yo solo había experimentado dos de ellos, con distintos síntomas cada uno. 

Los más comunes comenzaban provocándome extrañeza, como si no perteneciera a este mundo o como si me estuvieran inhibiendo sentir, y terminaban dejando el periodo del cuadro como un recuerdo confuso y nebuloso. 

El otro tipo de cuadro era más evidente a la vista de otros, y tedioso para mí de experimentar. Estos eran cambios extremos de humor o de sentimientos fuertes. Me hacían pasar de la alegría a la tristeza o a la rabia de forma repentina.

La noche anterior la recordaba, pero no la podía conectar del todo. Había partes que faltaban.

Desperté la mañana siguiente con toda la confusión que un cuadro atribuía. Al intentar recordar, sin ser exitosa, un dolor que se sentía como si me estuvieran intentando separar el cráneo hizo que me sujetara la cabeza con fuerza.

Los disfraces, la casa repleta de personas bailando y empujándose, Helena y Sam... Lo único que recordaba de la interacción con él fue el contacto de nuestras manos.

Había un vacío. Los sucesos saltaban de cuando me lo encontré por primera vez en la noche, al momento en el que nuestras manos se tocaron, porque... ¿Cómo podría olvidarlo? La electricidad que sentí al tacto de su mano contra la mía, como si su energía irrumpiera en mí, y la mía en él.

Me levanté de la cama ese día sábado. Ya no tenía el traje negro, sino una camiseta larga que utilizaba de pijama, y que supongo Helena me había puesto al llegar. Las cortinas de mi habitación fueron lo primero a lo que me acerqué, y las abrí al igual que el ventanal para dar un paso al balcón que conectaba la sala con mi habitación.

El clima era de mis preferidos, ese que te transmite querer estar todo el día envuelto en la calidez de tu cama, comiendo algo que se te apetezca, quizás leyendo tu libro favorito, o viendo una maratón de la saga que más te gusta.

Se me apeteció al instante que reparé en las gama de colores grises, claros y oscuros, de las nubes que tapaban por completo cualquier espacio del cielo por el que podría atravesar el sol. La brisa era leve y no muy helada, pero lo suficiente para erizar mi piel descubierta.

Los fines de semana solían ser mis días de descanso, en los que mis padres no me solicitaban y yo podía permitirme imaginar que tenía una vida como una joven normal.

Salí de mi habitación en busca de algo de comer y para chequear a Nara, a quien me encontré en perfecto estado cuando llegué a la sala. Ella y Helena estaban en el sofá, observando la televisión mientras comían juntas de un bote de helado. El recuerdo de las dos en la fiesta de anoche apareció vagamente en mi mente.

—Buenas tardes —habla la pelirroja con la boca manchada de helado.

—¿Qué hora es?—Froté mis ojos para aclararme la vista y verificar la hora en mi celular. Bufé, ya eran pasadas las tres de la tarde—. Hola, Helena.

—Hola. —Me saludó.

Cogí otro bote de helado del refrigerador y me senté en el sofá individual que acompañaba al grande en el que estaban ambas chicas. Comencé a comer el helado con mucho gusto mientras observaba la película en la televisión, pero todo esto se vio interrumpido cuando sentí el par de miradas sobre mí.

—¿Qué? —pregunté con el ceño fruncido.

—Tú y Sam... —insinuó Nara, moviendo las cejas de arriba a abajo.

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