Gracia nació el trece de junio, dieciséis años atrás del tiempo en el que está historia transcurre. Su madre lloró mucho, y el cielo también. Al siguiente día del parto fue dada de alta, aún llovía y su progenitora salió del hospital con ella en brazos. A pesar de llevar un paraguas, una gota de lluvia cayó en el rostro de la recién nacida y resbaló justo debajo del lagrimal, como si llorara. Gracia siempre tuvo esa imagen en la mente, no supo si era real, si lo inventó. Pero realmente pasó.
El reloj de la sala marcaba las ocho de la noche, olía bien en la casa y la muchacha sentada junto a su madre quería hablar. Necesitaba decir algo que hiciera un impacto en la persona a su lado, tal vez contarle un gran secreto para escandalizarla o simplemente comunicarle que había estado haciendo en todo el día. Atención es lo que necesitan todos. Gracia siempre pensó demasiado, a veces le daba por ser espontanea pero eso no duraba mucho, tampoco salía muy bien. La verdad era que siempre tuvo un gran conflicto con ella misma.
Su madre la miró con ojos marrones dejando a un lado la mezcla que preparaba, y le dijo: —Mi niña linda, te amo —y aquella niña lo sabía, solo que no era suficiente.
—Yo también, mamá —le respondio con sinceridad y cansancio, una mezcla peculiar, en una situación simple que se transforma en un enredo para una sola cabeza.
La mujer se levantó y la muchacha también de forma automática, a veces se le acababa el aire en situaciones cotidianas, se sentía asfixiada y necesitaba tragarse todo el oxígeno del mundo, porque la lentitud de su vida le permitía pensar demasiado. No se apreciaba mucho, vivía descuidadamente tratando de cambiar eso todos los días, por momentos se rendía, pero Gracia tenía algo. La sensación de que estaba de paso, a veces la negaba porque le parecía estúpido, pero siempre estaba ahí. Se retiró a su habitación, escribió maldiciones en un papel, lloró, bailó un poco, volvió a llorar. No sabía que hacer, como cada vez que perdía el foco.
Caminar, leyó una vez en Internet, "caminar sirve para despejar tu mente". Si era tan fácil como decían, entonces Gracia se había estado perdiendo de la solución a todos sus problemas. Pero no podía negarlo, necesitaba aferrarse a cualquier cosa. La felicidad está en ti, solo búscala, pensó. Palabras que ciertamente le hacían reírse de ella misma cuando las recitaba.
Y rio, pero salió. Nunca salía.
—¿Vas a salir? ¿Por qué? Hace frío —su mamá, extrañada con razón, le interrogó. A la muchacha le molestó.
—Si, vuelvo en un minuto —fue lo único que dijo.
La noche era fría y Gracia absorbió todo el aire helado que pudo por su alargada nariz. Se sentía bien, a veces pensaba en disfrutar la vida como en las películas inspiradoras, pero no entendía como.
Mientras pensaba en muchas cosas al mismo tiempo, pasó a través de la vitrina de una tienda, se dio una mirada de reojo, se aburrió de ella misma. Y entonces empezó a tararear una canción, esa que le cantaba su abuela a su primo, con una letra sin sentido y bastante peculiar. Pero la melodía parecía sacada de una caja musical.
—Muere, muere, muere de una vez —expulsando pequeños sollozos, pateó el suelo. No quería llorar en la calle a pesar de que solo unas cuantas personas se encontraban a su alrededor, todas ellas le producían ansiedad.
Al sentir que ya nada podía hacer sobre ella misma ahogándose en un pequeño vaso de agua, decidió regresar a su casa y seguir, continuar, aguantar, respirar rápido por siempre. No veía la hora de morir. Pero jamás se suicidaria. Gracia tenía una mente complicada, un poco cínica. Pero qué era el cinismo mezclado con sentimentalismo, ¿qué significaba todo aquello?
Subió el ascensor del edificio en el que vivía, pensó en que pasaría si alguna vez llegaba a vivir sola, y si conseguía pareja, que haría cuando terminara el verano. También pensó en que si alguien leyera su mente estaría aún más afligido que ella.
—Al menos alguien estaría peor que yo — dijo, sabiendo que era un ser insólito, ella misma se castigaba, se recompensaba, no podría vivir con nadie más.
Con el pensamiento de que todos la odiaban se fue a la cama. Quiso escuchar música para dormir pero al empezar a caer rendida se sobresaltó gracias a la misma. Y se mantuvo consciente, creando escenarios imaginarios en su cabeza en donde era feliz, otros en donde moría. Durante un tiempo eso la mantuvo feliz y tranquila, luego cayó en cuenta que por más que rogara su vida no sería así. Y llegó la mañana, y con ella un suspiro pesado de parte de Gracia.
Hizo lo mismo que hacía todos los días, sin un asomo de ganas por innovar, no valdría la pena.
Despertaba, lo intentaba, se rendía, lloraba, dormía y otra vez.
Debieron pasar unos seis días, tal vez más, daba igual. Quién no pensaría que esa vida tenía una fácil solución, que toda esa amargura y desasosiego desaparecerían pronto. En cualquier ser humano normal, claro que si. Pero Gracia era una Selvmord, que horrible suerte.
Era el día trece del mes sexto, el cumpleaños diecisiete de Gracia.
—Gracias a dios que estoy viva —dijo la morena sonriendo a la hora del desayuno, sus padres habían comprado un pastel y regalos. Su expresión de gratitud era casi robotica.
Gracia había estado sintiendo emoción días antes de su cumpleaños, pero acabó en ese preciso momento porque pensó que no duraría mucho. Volvería a sentirse como antes, no podía sentirse feliz, no era digna. Y los demás tampoco, ¿por qué no podían entederla a ella?
Gracia era una desgraciada, y los desgraciados Selvmord morían los trece de junio, solo que nunca se supo en que momento de la vida de estás personas debía llevarse a cabo. La joven pesimista había nacido exactamente aquel día. Era ella.
El cielo y el infierno sabían que era ella, porque llovía, siempre lo supieron. No la culpaban, nunca la culparon por despreciar aquella vida que se le había dado, todos lo que la conocieron sabían que jamás existiría ser que se le asemejara. Por eso le dieron aquel regalo.
A la una de la tarde, Gracia Austen Selvmord murió. El sol no estuvo presente, la luna tampoco. Sólo la lluvia y el cielo gris. Su frágil cuerpo se derrumbó por las escaleras, solo estaba bajando, su vida no había cambiado. Estaba muriendo de la peor forma, para ella, aquello era estúpido, sin sentido, ¿Acaso era mucho pedir una muerte que significara más que toda su vida? ¿Podría ella estar tranquila ahora, fuese a donde fuese?
Gracia dejó de existir. Y Trua despertó.
—¡Por favor, que maldita manera de recibir a una maldita deidad!
ESTÁS LEYENDO
La Gracia De Trua
FantasyGracia sobrevivía como todos. A la joven de dieciséis años no le importaba nada y le importaba todo al mismo tiempo. Ella quería morir, pero no en sus propias manos. Podía atropellarla un camión, o mucho mejor, que un asesino en serie le pusiera fi...