46. Viva o muerta

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Unas horas antes.

La Diosa Negra veía como Frey se alejaba de su vista y cada vez se hacía más chiquita a la distancia. Un extraño sentir le invadía, pero lo hizo a un lado. Una vez confío en quien sería su emisaria y esta la traicionó sin pensarlo. No lograba entender como Frey despertó a sus primos estando con ella, pero si en el pasado fue capaz de traicionarlos, confiarle su vida a la niña habría sido en vano.

Y, sin embargo, ahí iba, a quien consideraba una potencial guerrera. Dejo de ver el vacío y se dirigió a la puerta de la bóveda, ahora solo debía abrirla. Rompió el portaplanos y sacó el mapa, lo expandió, no obstante, se llevó una gran decepción; no era un mapa, era un mural de guerreros nativos frente a españoles.

Sus huesudas manos apretaron los extremos del papel y después lo hizo añicos. Arrojó el portaplanos al vacío y su energía cargada de cólera se expandió por toda la estructura, rompiendo a su paso la puerta a la bóveda.

Al asomarse descubrió que no había Xiuhcóatl dentro, en realidad no resguardaba nada: la cámara se encontraba vacía. Se reprochó a sí misma, cayó en la trampa, pero no de Frey, de alguien más que también estaba jugando con ellos.

***

El viento revoloteaba su pelo y podía sentir como le calaba en la espalda. Asustada, cerró los ojos, no había nada a lo que pudiera aferrarse y gritar no le servía de mucho. Apenas podía sentir el aire en sus pulmones.

Pronto, algo la tomó del tobillo y la jaló hacia la orilla más cercana. Frey dejó de caer del barranco para ser aventada a tierra, rodó un par de veces antes de quedar boca arriba con un gran dolor de espalda.

«Estoy muerta» pensó.

Abrió los ojos lentamente, se encontró observada por un rostro esquelético. Frey gritó.

—¡Estoy muerta! —exclamó abrumada.

El ser se enderezó, al verla bien, le adornaba un collar de flores naranjas y una especie de corona de plumas. También portaba un largo vestido de manta negra y su capa, como Itzpapalotl, pero a diferencia de esta, no eran de colores oscuros, sino rojos, naranjas y blancos.

Un agradable olor se adentró a la nariz de Frey, entonces reconoció las flores; eran cempasúchil, lo que la alteró aún más.

—No estás muerta —le dijo la ¿persona?, ¿ser?, ¿fantasma? Quien sea que la observaba, con una voz fría, pero al mismo tiempo elegante.

—¿Quién eres tú? —preguntó la niña.

—Micte, Señora del Inframundo.

El rostro de Frey se transformó en uno de horror.

—¡Si estoy muerta! —chilló tapándose la cara con sus manos.

La Señora del Inframundo se llevó una palma al rostro. Después se pasó ambos brazos por todo el cuerpo y su aspecto cambio al de un mortal, con la piel color canela y un porte elegante, pero conservando la ropa y los adornos.

—¿Mejor? —preguntó con la misma frialdad.

Frey se volvió a verla y se calmó.

—Lo siento —dijo en un hilo de voz—, si no estoy muerta, ¿qué...?

—¿Qué hago aquí? Vine a regresarte a tu misión. Levántate.

Frey estaba atónita, hasta el momento solo había estado frente a la presencia de una diosa, de no ser por la crítica situación, hubiera presumido que ahora eran dos. De repente, sintió un hocico húmedo, pero suave acercarse a ella a ayudarle a ponerse de pie. La niña volteó, se trataba de un perro sin pelo.

Crónicas del Quinto Sol: La diosa negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora