Capítulo 1

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Narra Aria

La oscuridad ha invadido este gélido bosque, y estoy corriendo descalza por la nieve. Esquivando ágilmente,  y a la vez, sin darme cuenta, los árboles congelados. No me noto los pies. Bueno, mejor dicho, no me noto el cuerpo. 

Mi nombre es Aria, una chica con un pelo color miel, ojos verdes y piel blanca. Mi ropa no es gran cosa, una túnica blanca que me llega hasta los tobillos, pero yo nunca llevaría esta vestimenta. Está rasgada dejando mostrar mis heridas por los latigazos.

Los latigazos que no pude esquivar.

La muerte que podría haber podido evitar.

Me tropiezo torpemente y caigo al helado suelo. No me muevo, me quiero quedar en el sitio. ¿Qué más da ya? Voy a morir a altas horas de la madrugada. Pero, si digo la verdad, estoy temblando de miedo, no de frío. Me cubro la cara con las manos y empiezo a llorar.

Pero, ¿por qué? Me he librado de una muerte segura. ¿Por qué lloro? La pregunta sería: ¿Por qué pregunto algo obvio?

Unas horas después, la luz ya ha inundado el bosque. Me levanto apoyándome en el suelo y me froto los ojos. Espero que las heridas no se me hayan infectado.

Miro a mi alrededor: Todo esta desierto. Perfecto. Estoy sola. No hay absolutamente nada. ¿Qué voy hacer?

Ando un poco para buscar algo. Soy una fugitiva ahora y debo sobrevivir. Sé algunos trucos de repostería, pues era panadera. Eso debería darme ventaja, ¿no? Aunque sinceramente, ¿cómo voy a hacer queso si ni tengo donde sobrevivir?

Bueno, voy a hacer algo lógico: Buscar comida. No tengo nada y no quiero morir de hambre. Sería patético. Los conejos suelen estar entre arbustos, ¿no? Me acerco a unos y rebusco. Oigo un ruido entre algunos, y me acerco con las manos preparadas para agarrar al animal (¡espero que sea un conejo!) y me agacho. No sé por qué, para pillarle desprevenido, supongo. Pero es lo que hacen en los libros, que por cierto, dicen que hay que esperar cinco segundos y luego saltar. Cuento en mi cabeza: Cinco, cuatro, tres, dos, uno... Y doy un salto.

Me quedo parada unos segundos que me parecen eternos. Delante de mí hay un hambriento oso mirándome con cara de pocos amigos. Doy un grito y me doy la vuelta. Comienzo a correr y le oigo rugir. Corre más que yo, y eso lo sé. Me dispongo a dar zigzag, y el oso me imita torpemente. Se choca con un árbol y lo oigo crujir, pero no se cae al suelo. Miro al fondo y me quedo atónita.

Hay un cobertizo abandonado.

El cobertizo tiene forma rectangular, de un color gris abandonado y con unas escaleras de cuerda bastante largas. Acelero el paso y llego a la puerta. No se abre; está atrancada. Me angustio y miro detrás mía: Voy a ser devorada por ese oso. Me dirijo a las ventanas y las intento abrir. Pero están igual de atrancadas que las puertas. Me asusto y comienzo a lagrimear mientras las intento abrir cada vez más rápido. Se abren de golpe, y sin pensármelo dos veces, salto dentro y las cierro. Pongo un trozo de madera alargado del suelo y las atranco. El oso mira alrededor y yo me tiro al suelo.

El peligro ha pasado, y suspiro y me limpio las lágrimas. Soy una asustadiza, lo admito. Puedo vivir aquí. No está tan mal, excepto que vivir encerrada significaría no encontrar comida. Rebusco dentro de el cobertizo y encuentro muchos materiales: Madera, clavos, martillos, hachas...Y hay una espada con una vaina incluida. Me la engancho alrededor de la cintura y encuentro una bolsa, donde guardo todo lo necesario. Algunos trozos de madera no me caben y las llevo en la mano. Intento abrir por dentro la puerta y lo consigo. Salgo y miro alrededor. Me podría hacer una casa en un árbol: Marck me enseñó como hacerlo en un día. Antes de abandonar el cobertizo cojo las escaleras de cuerda y me marcho.

Busco algún árbol donde hacerme la casa, pero todos son de hojas caducifolias. Me quedo atónita contemplando un árbol, sus ramas son muy anchas y pueden servir. 

-Este me gusta-murmuro dejando ver el vaho saliendo por mi boca.

Inmediatamente decido ponerme en marcha. Vuelvo al cobertizo y cojo la madera que me queda (me toma unos tres paseos) y lo dejo al lado del árbol. Cojo una cuerda que estaba en ese sitio también, y me engancho un extremo en la cintura. Lanzo el otro a una rama, y comienzo a escalar con la escalera en mano. Al llegar a la bifurcación de las ramas, cortas y planas, unidas entre sí, coloco la escalera y la ato bien. Bajo por ella y cojo madera y clavos. Empiezo con el suelo: Pongo las tablas con cuidado de poner una encima de otra, y lo hago de las mismas dimensiones que las ramas del árbol (me sorprendo yo misma al ver lo ancho que es) y me aseguro de que está bien puesto. Luego sigo con las paredes, y luego con el techo. Cuando terminé de montar los elementos base, ya serían las cinco de la tarde. 

Bajo y vuelvo al cobertizo. Me quedo maravillada: Hay una puerta de madera y un candelabro. Sin pensarlo dos veces la cojo y la instalo en mi casa del árbol. Lo monto de manera de que cuando subes por las escaleras, hay un pequeño hueco para abrir la puerta (se abre por dentro) y está el interior.

Me quedo maravillada al ver un horno. Lo cojo y no pesa mucho, así que lo translado inmediatamente a mi casa. La divido en "partes". Hay una que es la cocina, otro es mi "habitación". En el cobertizos había sábanas, así que cojí varias y puse una en el suelo como si fuera una cama y tres o cuatro encima.

Bajo otra vez al cobertizo y veo que solo queda un trozo de queso, un abrigo de piel y unas botas. Salgo de allí con el abrigo y las botas puestas. Veo que es de noche ya. He tardado mucho y tengo hambre. Me voy a comer el pedazo de queso cuando escucho un aullido. Parpadeo unos segundos y cojo un palo del suelo. Lo froto contra un tronco (como si fuera una cerilla, pues me había dejado el candelabro en mi casa) y se prende fuego, así que miro alrededor. Veo unos ojos amarillos, que empiezan a multiplicarse. No puede ser posible.

Lobos.

Saltan a por mí, buscando carne fresca, pero me rehúso y huyo corriendo. Les tiro el palo ardiendo y salgo corriendo. Veo las escaleras pero me tropiezo y caigo. Me voy a levantar, pero un lobo se tira encima mía y posa su pezuña sobre la herida del latigazo. Grito de dolor y le empujo. Subo rápidamente y abro mi puerta. La cierro y pongo un pestillo que venía en la puerta. Enciendo el candelabro y me tiro en la cama. 

Dentro se está bien. No hace frío, no sé como lo he hecho. Cojo el queso y lo meto en el horno. Espero un poco y lo vuelvo a sacar. Así lo consigo agrandar. Al enfriarse, me lo como entero y me recuesto en la cama. Me tapo y cierro los ojos.

Los abro, asustada y me levanto. Me ha parecido oír el aullido del lobo. ¿O era...?

No. Él no podía ser.

No lo volveré a ver nunca más.

Apago el candelabro y me tapo más.

Al final, me duermo.

La última nevadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora