— ¡Mamá, ya me voy!— Anunció Tsuna al tiempo que empujaba con suavidad la puerta de entrada de su casa para abrirla.
— ¡Ve con cuidado!— Exclamó Nana a modo de despedida mientras sus labios se curvaban en una amplia sonrisa.
Por toda respuesta, el castaño cruzó el umbral de la puerta, para luego cerrarla tras de sí. De forma casi instantánea, una gélida brisa golpeó su rostro como una especie de confirmación por parte de la naturaleza que el otoño había comenzado oficialmente, y el buen clima había acabado. Aquella tarde, el cielo se encontraba cubierto en su totalidad por oscuras y amenazantes nubes, sin embargo, el reporte del tiempo había asegurado una y otra vez que no existía probabilidad alguna de lluvia, por lo que eso no le preocupaba en lo más mínimo.
Extrajo su móvil desde uno de sus bolsillos y comprobó la hora en la pantalla de este. Aún quedaba bastante tiempo. Dejando escapar un ligero suspiro de alivio, introdujo el móvil nuevamente en su bolsillo en un ágil movimiento.
Acto seguido, inició su camino, avanzando con pasos que no mostraban rastro alguno de prisa.
Eran tantas las formas en las que su vida había cambiado drásticamente y tantas las nuevas experiencias que había vivido desde que Gokudera y él comenzaran a salir juntos que los últimos seis meses habían parecido transcurrir increíblemente rápido, como si el tiempo se escapase entre sus dedos, y sin importar cuántos momentos compartiesen, nunca lograsen ser suficientes.
Los latidos de su corazón se aceleraron levemente cuando su mente lo transportó de forma casi automática hasta el día en el que el peliplateado le pidió que acudiese a la azotea de la escuela después de clases, asegurando que necesitaba hablar con él en privado de un asunto muy importante. El ojiverde lucía tan serio y preocupado cuando pronunció aquellas palabras que el ojimiel no pudo evitar temer que algo sumamente grave había ocurrido. Jamás hubiese sido capaz de adivinar que lo que el peliplateado realmente pretendía hacer era confesar su amor hacia él, por lo que en aquel instante no tenía ni la más mínima idea de cómo debía actuar o qué debía decir, transformando aquella instancia en un momento bastante incómodo para ambas partes. Sin embargo, una vez el shock inicial hubo quedado atrás y se encontró en condiciones de pensar acerca de todo ese asunto con claridad y absoluta calma, se percató del hecho de que, cada vez que el peliplateado acudía a su mente, una reconfortante sensación de calidez surgía en su interior, y su rostro se teñía de ligeras tonalidades rojizas. Siguiendo aquel misterioso designio de su corazón, había aceptado iniciar una relación amorosa con Gokudera. 6 meses habían pasado desde entonces, y con cada día transcurrido se convencía más profundamente de que había tomado la decisión más acertada.
Estaba tan sumido en sus pensamientos que apenas si se dio cuenta de que estaba a punto de llegar a su destino. El cine en el que el peliplateado y él habían acordado encontrarse para celebrar sus 6 meses como pareja se alzaba al otro lado de la céntrica y altamente concurrida calle en la que se encontraba en aquel instante, más un semáforo en rojo le impedía cruzar inmediatamente hasta allí.
Observó a su alrededor con suma atención. Junto a él, un grupo de personas conversaba entre sí, hablando aceleradamente mientras esperaban su turno para cruzar la calle. Al otro lado de esta, junto a la puerta de acceso al cine, otro grupo de personas miraba fugazmente en todas direcciones, exhibiendo distintos grados de impaciencia en sus rostros. Al cabo de breves instantes, Tsuna se percató de la presencia de Gokudera en medio del grupo de personas que esperaba junto a los accesos al cine. Por su parte, el peliplatrado distinguió al castaño entre la gran cantidad de gente que intentaba cruzar la calle de forma prácticamente simultánea, ante lo que movió uno de sus brazos efusivamente en el aire al tiempo que sonreía ampliamente a modo de saludo. El castaño correspondió el gesto tímidamente desde el otro lado de la calle mientras dejaba escapar un ligero suspiro y los latidos de su corazón se aceleraban sin que pudiese hacer nada por evitarlo.
Finalmente, la luz del semáforo cambió a verde, y el ojimiel comenzó a cruzar la calle al tiempo que se reprochaba no haber llegado allí antes y se preguntaba cuánto tiempo había estado esperando el ojiverde.
Repentinamente, el castaño distinguió la silueta de una persona vestida completamente de negro que pasaba junto al peliplateado a toda velocidad para luego perderse entre la multitud de manera tan súbita como había aparecido, tal y como si de una alucinación se tratase, más Tsuna no tuvo oportunidad de darle demasiadas vueltas a dicho asunto en su mente, puesto que en aquel instante se percató de que había perdido de vista a Gokudera.
Acto seguido, el tiempo se detuvo.
El rugido de los motores de los autos se había detenido. Los transeúntes permanecían completamente inmóviles en medio de las aceras y los cruces peatonales. Incluso la fría brisa que lo había acompañado prácticamente de forma constante desde que inició su camino había desaparecido. La ciudad se había sumido en el más absoluto y escalofriante de los silencios.
El castaño observaba a su alrededor desesperadamente y sin ser capaz de dar crédito a lo que veía al tiempo que un miedo más intenso que cualquiera que había experimentado antes comenzaba a apoderarse rápidamente de él. Le costaba respirar y los latidos de su corazón habían aumentado considerablemente su velocidad sin ningún tipo de control. Quería correr, más las fuerzas parecían haber abandonado cada músculo de su cuerpo. Quería gritar, pedir ayuda, más las palabras se acumulaban en su garganta y formaban un nudo.
Luego de algunos instantes que al ojiverde se le antojaron interminables, el sonido de la bocina de un auto lo llenó todo, sacándolo de aquella especie de pesadilla. Con la mente completamente en blanco y casi como un simple acto reflejo, cruzó la calle con pasos torpes y rápidos. Una vez llegó al otro lado, permaneció inmóvil durante largos instantes, con la mirada perdida en algún punto lejano del horizonte, sucumbiendo ante la confusión que reinaba en su mente.
A su alrededor, la ciudad continuaba con su caótico e inalterable ritmo habitual. El sonido de los motores de los autos se mezclaba con las voces de los transeúntes que pasaban deprisa junto a él. Frente a las puertas del cine, un reducido grupo de personas observaba fugazmente en todas direcciones, exhibiendo distintos grados de impaciencia, más ninguno de sus rostros le resultó siquiera vagamente familiar.
Se sentía completamente desorientado. Aunque en apariencia aquella era una tarde de inicios de otoño completamente normal, había algo en aquella situación que le resultaba sumamente extraño, sin embargo, no podía identificar de qué se trataba. Por mucho que se esforzaba, no conseguía poner sus ideas en orden. Ni siquiera era capaz de recordar con claridad porqué había ido hasta allí, y como si lo anterior no fuese suficiente, una profunda e inexplicable sensación de tristeza crecía en su interior y oprimía su pecho con más fuerza a cada intento. Tenía la impresión de que el motivo que lo había llevado hasta allí era sumamente importante, más este parecía haber desaparecido de sus recuerdos irremediablemente y sin razón alguna. ¿Se estrenaba aquel día alguna película que quería ver? ¿Había prometido ir al cine con alguien? No lo sabía, y ese hecho le asustaba y preocupaba sobremanera, haciendo aún más difícil el proceso de ordenar sus pensamientos. Ni siquiera lograba repasar mentalmente lo que había hecho durante las últimas horas, pues todos sus recuerdos más recientes parecían haberse mezclado entre sí para dar lugar a imágenes confusas e incoherentes que daban vueltas una y otra vez dentro de su mente a una velocidad vertiginosa.
Súbitamente, percibió el suave y frio tacto de una gota de agua que caía sobre su rostro, la cual fue seguida de forma casi instantánea por otra. Acto seguido, aquellas gotas fueron reemplazadas por una torrencial e inesperada lluvia. A su alrededor, muchos transeúntes buscaron refugio al interior del cine, mientras otros corrían de un lado a otro a toda velocidad, confusos y quejándose a viva voz del garrafal pero no poco común error en el reporte del tiempo. Por su parte, el ojimiel permaneció en su sitio, completamente ajeno al ajetreo que se vivía a su alrededor, permitiendo que las gotas de lluvia corriesen por sus mejillas en reemplazo de las lágrimas que no podía derramar a causa de la tristeza que no podía explicar. Luego de unos cuantos minutos que parecieron nunca terminar, comenzó a experimentar una intensa sensación de frío, por lo que decidió iniciar el camino de retorno a casa, avanzado con pasos lentos, albergando la esperanza de ser capaz de aclarar sus ideas una vez se hubiese refugiado de la lluvia.
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Déjà Vu (5927)
Fanfiction'...El vacío en mi corazón es la única prueba de tu existencia que me queda'