Capítulo V: Asuntos Pendientes

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— ¡Hermana!—Llamó Gokudera desde el umbral de la puerta que conducía a la cocina, interrumpiendo la animada charla que la aludida sostenía con Reborn y Nana. Su respiración se había vuelto ligeramente más agitada de lo habitual luego de haber bajado las escaleras corriendo a toda velocidad, en parte porque sabía perfectamente que no podía permitirse el lujo de desperdiciar ni un solo segundo si pretendía derrotar a los Scaglietti y descubrir la verdad detrás de aquel asunto, y en parte porque, al menos en ese momento, no se sentía capaz de mirar al Décimo a los ojos luego de haberle confesado lo que sentía por él de forma tan repentina e improvisada—¿Puedo hablar contigo en privado?—

—Por supuesto—Respondió calmadamente Bianchi al tiempo que se levantaba del asiento que hasta ese instante ocupaba alrededor del comedor de diario y se dirigía hasta donde su hermano menor se encontraba.

Ambos hermanos caminaron hacia la puerta principal de la casa sin pronunciar palabra alguna. Una vez hubieron atravesado la misma y se encontraron en el patio de la vivienda, el peliplateado dio inicio a la conversación sin más preámbulos.

—Iré directo al grano—Anunció, dándole la espalda a su hermana mayor—Necesito hablar con papá acerca de cierto asunto, así que, ¿podrías darme su número de teléfono?—

— ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?—Inquirió la pelimorada en un frío tono de voz luego de unos segundos de incómodo silencio durante los cuales no pudo evitar pensar que estaba imaginando cosas.

— ¡Claro que sí!— Aseguró el ojiverde en un tono de voz que no dejaba ver ni el más mínimo rastro de duda.

— ¿Puedo saber cuál es ese asunto del que necesitas hablar con papá?—

— ¡Eso no importa!—Exclamó Gokudera, subiendo el volumen de su voz muy por sobre lo que pretendía al tiempo que se volteaba para ser capaz de fijar en su hermana la mirada llena de determinación de sus ojos color esmeralda—Quiero decir, si todo sale bien, no será necesario que te preocupes por eso—Explicó en un tono de voz más calmado—Eso es todo lo que puedo decirte por ahora, lo siento—

—Entiendo—Afirmó Bianchi, dejando escapar un leve suspiro— ¿Tienes lápiz y papel?—

El peliplateado buscó en el interior de su bolso escolar hasta encontrar un lápiz. Acto seguido, arrancó un trozo a una de las hojas vacías de uno de los cuadernos que utilizaba en la escuela y entregó ambos objetos a su hermana mayor, quien, por su parte, extrajo su teléfono móvil desde su bolsillo y buscó en la agenda de contactos de este el número telefónico de su padre para luego escribirlo en aquel trozo de papel y entregárselo a su hermano menor junto con el lápiz.

— ¡Gracias!—Exclamó el ojiverde al tiempo que guardaba apresuradamente ambos objetos en uno de sus bolsillos y salía corriendo, dejando a la pelimorada a solas con las interrogantes que comenzaban a tomar forma dentro de su mente.

Una vez hubo perdido de vista la casa del Décimo, aminoró el paso hasta convertirlo en un lento y despreocupado caminar. La puesta de sol teñía todo a su alrededor de tonalidades anaranjadas. Durante todo el trayecto, se debatió acerca de cuál sería la forma más adecuada de sostener una conversación con su padre luego de no haber mantenido ningún tipo de contacto durante muchos años, llegando a la conclusión que lo mejor que podía ser era ser directo. Dejar absolutamente en claro desde el primer segundo que el único motivo de su llamado era convencerlo de detener la construcción de la máquina del tiempo, sin permitir que la conversación se desviase de aquel tema y, por sobre todo, sin perder el tiempo hablando sobre el pasado.

Repitiéndose aquellas palabras a sí mismo una y otra vez, llegó finalmente a su hogar y extrajo desde su bolsillo el trozo de papel. Acto seguido, discó el número telefónico escrito en este en su móvil y, tras unos breves instantes de duda, presionó el botón de marcar.

Déjà Vu (5927)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora