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Durante el regreso a casa, quedé solo y dubitativo entre mis pensamientos. La noche no había salido como esperaba, después del rechazo de Cristal intenté ignorarla, era la única forma de no quedar como un tonto.

Pero eso, no fue lo más difícil.

La dificultad máxima de esa noche fue dejar en su casa a Trinidad.

¡Puchunguito! – gritó desde la puerta.

¿Qué? – dije aborreciendo el contrato recién firmado y cada segundo de mi existencia.

¡No hay nadie en mi casa! – expresó con un chillido capaz de despertar a medio vecindario y una mirada pícara.

Hoy no, me duele la cabeza.

Hablas como mi madre.

Adiós – finalicé cortante.

Puchunguito te doy unos besitos allá abajo – suplicó de forma sensual.

No – repetí. Mi humor no lo iba a permitir.

¿Es por ella verdad? – chilló nuevamente.

Mañana hablamos.

¡Pol!

¡Dime! – solté estresado.

– Déjame quitarte el estrés – dejó caer su vestido, quedando totalmente desnuda en la puerta de su casa.

Me acerqué a ella rápidamente con intenciones de taparla, para que nadie la viera, pero cerró la puerta tras mi paso y comenzó a besarme desesperadamente.

Me dejé llevar.

Mientras la embestía con fuerza, dije su nombre en un jadeo:

– Cristal.

¿Qué carajos? – soltó Trinidad furiosa, me echó de aquella casa a patadas, tiró mi ropa a la calle, mientras yo, observaba la escena en calzoncillos.

Cristal Diquet volvió a aparecer en mi cabeza ¿Por qué demonios no salía de allí? Pero de algo estaba seguro, no iba a rogarle aunque muriera de ganas.

Llegué a mi residencia cerca de las 3 AM. Todo estaba oscuro e intenté no hacer ruido. En cuanto puse un pie en la cocina, la luz se prendió. Rebeca, la esposa de mi padre, estaba sentada sobre la encimera y preguntó enojada:

– ¿Dónde estabas?

–¿A ti qué te importa?

– Soy tu madrastra, me preocupo por ti – dijo con hipocresía.

– ¿Me tengo que reír? – solté sarcástico – será mejor que cumplas lo que acordamos. Tú no te acercas a mí y yo no le cuento nada a mi padre.

– Es que no puedo dejar imaginar cómo sería tenerte entre mis piernas nuevamente.

– Rebeca basta, me voy a dormir – expresé con sequedad.

Fue una metida de pata acostarme con ella, cuando fui su alumno. Estaba seguro que su casamiento con mi padre era una farsa. Esa mujer estaba mal de la cabeza y haría cualquier cosa por encontrarse cerca de mí.

Caminé por el pasillo y entré a mi habitación. Me enjuagué el agua salada en la ducha, luego, caí rendido sobre la cama.

Los días pasaron y mantuve mi posición de ignorar a Cristal, e incluso, por muy raro que parezca, me disculpé con Trini por el incidente.

Ojos CaféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora