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Esta vez empecemos por el inicio.

Recuerdo la primera vez que la ví.

Daba pequeños saltitos hacia mí, y no sabía cómo reaccionar. Opté por bajar la cabeza. Pensé "Si no me muevo, puede que no me vea".

Aquella mañana tenía muy pocas intenciones de hablar con alguien, experimentaba el peor día de mi vida. Pero su voz chillona y las palabras de consuelo, abrieron una pequeña esperanza:

Los mamás y los papás jamás abandonan a sus hijos – aseguró.

Menuda estupidez creerle. Mamá no iba a regresar. La habían encerrado en un agujero cubierto por tierra.

Hablaba también de que las ranas bebés se llamaban renacuajos. Niña mentirosa.

Estuve a punto de decirle algo, pero en cuanto levanté la cabeza y vi sus ojos, tuve el sentimiento más extraño que había experimentado en mi vida. Una mezcla entre cosquillas, nervios y aceleradas palpitaciones. Aquellos ojos tenían una tonalidad café y un brillo como pocos.

Sí que era linda. La niña más linda que había visto en mi vida. Tenía que despedirme de ella de una forma que me recordara, porque yo no la iba a olvidar. Así que solté lo primero que me vino a la cabeza.

Adiós renacuajo – grité mientras se alejaba. No sé si me escuchó, pero ojalá lo hubiera hecho.

Ese día conocí a las dos personas, que en futuro se convertirían en las más importantes de mi vida.

Una fue ella, y la otra su hermano, quien con una simple pregunta se ganó mi amistad.

¿Te gusta Pokémon? – dijo dubitativo, después de ser obligado por su madre a hablar conmigo.

Los días siguientes, comencé a visitar muy seguido la casa de los Diquet. Carlos y yo pasábamos horas encerrados en su habitación viendo Pokémon o jugando con las cartas de Yugioh.

Realmente me sentía mejor con ellos que en mi hogar. Bonnie me consentía todo el tiempo.

Pero, la principal razón para visitar esa casa fue: la niña de ojos café. Su nombre era Cristal, y tenía memoria de pez ¿Por qué no me recordaba? En cambio yo, no había podido sacarla de mi cabeza.

Entonces, tomé una decisión, no iba a dirigirle la palabra hasta que ella me hablara primero.

El tiempo pasó y la espera se volvía cada día más inquietante.

Presencié cada una de las peleas que tuvo con su hermano. Muchas me divertían bastante pero evitaba sonreír.

¡CRISTAL! Uno de tus bichos está viviendo en el baño – le gritó Carlos, mientras llenábamos globitos de agua en dicho lugar.

¡No es un bicho! – digo ella enojada escaleras abajo – ¡Son ranitas!

Debería destacar que desde ahí comenzó su amor incondicional por los animales.

Ella, era víctima de las bromas de su hermano casi todo el tiempo. Hasta que un día me harté de tanto jueguito.

Carlos la perseguía por todo el jardín con una enorme tarántula en sus manos, mientras ella gritaba desesperada. Era su mayor temor, el único animal que no le gustaba. Intenté hacerle una zancadilla a mi amigo pero me fue imposible, así que apliqué la fuerza bruta.

Me levanté y lo empujé hasta que cayó sentado sobre la hierba. Recogí la araña, devolviéndola a su hábitat y miré hacia Cristal. Ella me observaba fijamente, pensé que diría algo pero cambió la vista luego de un par de segundos

Ojos CaféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora