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Detuve la moto frente a la casa de Rebeca. Era bastante apartada de la ciudad, con ventanas enormes que permitían ver el interior y unas baldosas de piedra, hundidas en el césped que daban acceso a la puerta principal.

Había visitado ese sitio muy pocas veces, pues durante un corto período de tiempo estuvo dándome algunos repasos, ella se lo propuso a mi padre cuando estaba en secundaria. Luego entendí que su idea no tenía un fin académico.

En esa residencia empezaron las primeras provocaciones, caminaba frente a mí en ropa interior, se acercaba demasiado a la hora de explicar, me rozaba "por accidente" el miembro. Se convirtió en un tipo de acoso sexual, pero en ese momento no conocía el tema. Todo lo ocurrido desencadenó que perdiera mi virginidad con ella en la sala de profesores. Después no volví a ir a sus repasos, me dediqué a salir con chicas de mi edad, y trataba de alejarla a toda costa.

Me iba genial hasta que se comprometió con mi padre.

Miré hacia arriba y allí estaba Rebeca, parada en el techo cerca del borde.

– ¡Te dije que vinieras solo! – gritó enfurecida.

Con solo oír su voz perdí la paciencia que me quedaba.

– Rebeca baja de ahí – solté furioso.

– ¡No voy a bajar! ¿Quién es ella? ¿Otra amante? – preguntó con desprecio refiriéndose a Cristal.

Cuando estaba a punto de contestarle, la chica de ojos café intervino:

– No señora. Mi nombre es Cristal y soy su hermana.

¿Eh? ¿Qué haces Diquet? Me tomó por sorpresa esa respuesta, así que la miré totalmente confundido y le susurré:

– ¿Qué estás diciendo?

– ¡Él no tiene hermanas! – gritó nuevamente Rebeca.

– Corrijo, somos como hermanos – dijo el renacuajo y casi suelto una carcajada – Por lo tanto, lo conozco perfectamente. Es un engreído, insensible, mentiroso, controlador, machista, ególatra y quintipolar. También lo odiaría si fuera usted.

¿Pero qué carajos? Se supone que tenías que apoyarme, no joderme más aún.

– Me estás calentando la cabeza con tanto insultito ¿Quién te crees renacuajo? ¿Qué pretendes? – susurré.

– Confía en mí – respondió segura y siguió hablando pestes de mí – Sinceramente creo que mereces algo mejor, este hombre – me señaló despectivamente y rodé los ojos – ha pasado por medio pueblo. En cambio tú, eres hermosa, independiente y no necesitas de un hombre para vivir.

Te faltó acosadora, desquiciada y calculadora.

– ¿En serio crees eso? ¡Qué buena cuñada eres! – volvió a decir Rebeca.

Estaba peor de lo que pensaba ¿Cómo terminó siendo profesora? Aunque me divirtió bastante la expresión de Cristal, estaba perdiendo la paciencia, se veía demasiado tierna así enojada.

Esos pensamientos se terminaron cuando escuché a la chica de ojos café decir:

– ¡Pol es el cacas! ¡Y tú una reina!

¿El cacas? Ya te pasaste Diquet.

– Cuñada, enseguida bajo a conocerte. Me caes muy bien – soltó Rebeca.

Al menos con toda esta pantomima había logrado que bajara. Aunque no sabía exactamente qué debía hacer luego de eso.

Cristal interrumpió mis pensamientos:

Ojos CaféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora