Prólogo

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¡Ambos están muertos para mí!

Arlo y Seraphina miraban impasibles hacia John, quién gritaba desesperado en medio de la habitación. Después de un breve suspiro, la chica abandonó la sala, siendo seguida por el rubio.

Cuando ambos se habían ido, John cayó en sus rodillas, temblando.

Destrozado.

¿Por qué...?

El muchacho lloraba, se sentía superado por las emociones del momento.

¿Por qué siempre termina así?

Llevo sus manos a su cabeza, ocultando su rostro.

Siempre traté... De que no pasara... Todo el dolor... Cada paliza, durante cada día... Durante... dos... años... de...

Los temblores del muchacho aumentaron significativamente. Ya no lloraba, sus pupilas se encontraban contraídas. Apretaba sus mandíbulas entre sí, y se enterraba las uñas tan profundo en su cabeza, que le provocaban pequeñas heridas.

¡Dos años aguantando toda esa mierda! ¿Y esto me ocurre de nuevo?

John trata de levantarse, creyendo convencido. Realiza un intento de calmar su respiración, forzándose a no temblar y de mantener una postura firme

No, esta vez no es mi culpa. Es la de ellos...

El pelinegro se dirigió hacia la puerta del salón, a pesar de que sus piernas traicionaban sus intenciones, y amenazaban con hacerle caer en el primer paso en falso.

— No son distintos de mí. Como yo, ellos también son m...

Su mano resbala cuando intenta tomar la manilla, mientras termina de pronunciar la palabra.

Son monstruos.

Se le hace imposible seguir con su actuación; cae apoyado contra la pared, temblando nuevamente. Esta tan cansado de llorar que las lágrimas no pueden escapar de sus ojos, pero eso no evita ni por un segundo de que la tristeza y la desesperación calaran hasta lo más profundo de sus huesos.

— Lo que dije... Es verdad... Ellos... Ninguno de ellos es... Mejor que yo...

Trata de ponerse de pie, infructuosamente.

— Pero, ¿por qué...? ¿¡Por qué no puedo creerlo!?

Pasaron las horas, el sol se ocultaba y la luz anaranjada de la tarde se colaba por la ventana de la habitación. John casi no se había movido de su lugar, tarareando canciones perdidas en sus recuerdos, o acariciando sus nudillos lastimados de vez en cuando. Las múltiples peleas durante tantos años le habían pasado factura a sus manos.

Solo cuando el salón quedó sumido en la completa oscuridad, John volvió en sí. Alzó la mirada y se dio cuenta de que había caído la noche. Respiró pesadamente, y se colocó de pie con un poco de esfuerzo, para luego caminar por la puerta y los pasillos, hasta salir de la escuela.

Como si nada hubiera pasado.

unOrdinary: Encara la RealidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora