Niebla Amarilla.

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Albert se levantaba pesadamente de la cama, en los días fríos sufría algo de dolor en algunas partes de su cuerpo, sabía que era un engaño de su mente, claro, porque no había nada de tejido vivo ahí, solo metal, pero su mente, como teorizaba el profesor cada vez que se presentaba ante él con estas molestias, le hacía sentir estas dolencias de alguna manera, como si rechazara todos los implantes mecánicos de su cuerpo.

El único método que terminaron adoptando era engañar a su mente con placebos. Unas cápsulas rellenas de azúcar, en un frasco que decía "analgésico". Desde luego no estaba consciente del todo, porque el doctor los mezclo con auténticos analgésicos. La diferencia es que nada de eso afectaba absolutamente al cuerpo mecanizado de Albert.


El sol estaba muy extraño ese día, no podía saber con exactitud el por qué, pero el día se percibía raro, como si una amenaza se alzara en el aire.

Todos estaban haciendo lo suyo, pero como siempre, él se sentía un poco fuera de lugar.

— Oye viejo, ¿te pasa algo?

— No me llames viejo, Jet, y no, no me pasa nada.

— Uy, discúlpame... lamento tener que preocuparme por ti, viejo.

Desde luego, Jet se alejó de él, molesto. Aunque en el fondo se lamentaba tener que preocupar al chico, o a cualquiera, y aunque estaban acostumbrados a sus cambios de humor, no podía deshacer lo que había dicho.

Decidido a despejarse un poco, tomó su chaqueta y salió en silencio de la casa, seguido por las miradas extrañadas del profesor y sus ocho compañeros.

Françoise miró con reproche a Jet, quien después de chasquear la lengua furiosamente, tomó su chaqueta y salió detrás de él.


Simplemente, caminaba por la solitaria playa, no había más que pudiera hacer ni a dónde ir, solo quería apagar el ruido para escuchar lo que su mente tenía que decir y decidir si aquello importaba o no.

Claro que no era normal sentirse tan atormentado a esas horas de la mañana, tampoco podía achacar su estado de ánimo a la falta de cafeína. Posiblemente solo era un día malo.

Una sensación extraña en la espalda le hizo girar la vista con discreción y alcanzó a ver un mechón pelirrojo a lo lejos, cerca de unas rocas. Sabía que ese cabeza de chorlito lo había seguido... pero no importaba, ya no al menos.

Algo en el horizonte le llamó la atención y miró hacia esa dirección. Una neblina amarilla iba acercándose desde lo alto del cielo, como una enorme ola que venía hacia él.

Al siguiente minuto, todo estaba obscuro y la voz de Jet pronunciando su nombre se iba perdiendo en el siseo extraño que le rodeaba y ensordecía...



— ¿Todo está bien?

— Si, doc. Todo está bien. Solo me asusté un poco, lo siento — contestó Sussie con una débil sonrisa. El doctor Heiner la miró extrañado.

— Usted me dijo que podía explicar lo que ha estado pasando, el extraño comportamiento de algunos y lo que pasó con Johnathan en el elevador. ¿Qué es lo que tengo que saber al respecto, Sussie?

Sabía bien que el doctor Heiner posiblemente pensaría que estaba loca, pero estaban Roger, Arthur, Johnathan y Héctor para sustentar toda la historia. Héctor le miró preocupado, realmente no sabía cómo se lo iba a tomar este hombre.

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