Capítulo 6. El lugar adecuado para hablar con las estrellas

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Veo a Theo caminar junto a mi, pero no cerca de mi.

—Mi doctora dice que acompañar a una chica triste es mejor que consolarla —oh, sonrío.

—Creo que soy un poco mayor que tú —le digo mientras caminamos.

Él no me hace caso, se encarga de caminar junto a mi, mientras ve los árboles de camino a casa.

No le pregunto porqué es así, parece muy extraño.

No pasa mucho tiempo cuando llegamos a la casa.

—Bueno, hemos llegado —digo, pero él no me hace caso y sigue caminando.

Voy a él y lo tomo de la mano.

«Theo —le hablo y levanta la mirada hacia mí.

—Gracias —agradece—, entra a tu casa. Yo iré a la mía.

—Dame tu número —pido.

—No tengo —contesta.

—Entonces te daré el mío —sonrío y saco un lapicero del bolso trasero de mi pantalón.

Comienzo a anotar el número en la palma de su mano, la suelto y le sonrío.

—Te veré pronto, amiga —levanta la cabeza y se va caminando sin emoción alguna.

Suspiro y entro a casa.

Escucho desde afuera las voces de mis jefes y la de...

Abro la puerta y es una sorpresa enorme la que me llevo.

—No es posible Diego —regaña Juliett al susodicho y Elijah asiente.

Ninguno se da cuenta que estoy ahí.

—La herí, ya lo sé —responde Diego.

—No, no tienes ni idea —interrumpo.

Los tres voltean a verme y Juliett cambia su cara por una llena de enorme sorpresa. Elijah aprieta los labios, incómodo. Mientras que Diego se levanta, se acerca a mi, me toma de la mano y me jala hacia él.

—Vamos —ordena y me saca de la enorme casa color hueso.

Suspiro, mis intentos porque él solo me ignore son imposibles. Parece no interesarle si no quiero ir con él.

—Dije que me alejaría de ti, ¡Sueltame! —le grito.

Niega.

Me lleva a su auto y con mucho esfuerzo y forcejeos de por medio, logra meterme al  vehículo.

—No luches —pide antes de cerrar la puerta de su auto.

Camina hacia su lado del auto y a través de la ventana puedo observar su cansancio, intentando retomar su vida en tranquilidad.

No tarda ni un segundo en entrar al auto.

—¿Estas siendo consiente de nuestra situación, Sofía? —me pregunta Diego y río breve e irónicamente.

—¿De qué maldita relación hablas? —le contesto con brusquedad—, quiero suponer que hablas de la que tu mismo arruinaste.

—Sofía, entiende. Por favor —me súplica—, estoy enfermo y no justifico el no haber regresado, no quería que sufrieras viendome sufrir.

—Era mi decisión —lloriqueo—, yo debía elegir. Hubiese elegido qurdarme contigo, me quería quedar contigo.

—¿Qué pasará cuando el cancer me termine matando? —pregunta Diego con la mirada al frente, sin una pizca de remordimiento.

—Habré pasado los tres mejores malditos meses de toda mi asquerosa vida —respondo observándolo a él.

—Sofía, no mereces esto —me pide—, no mereces estar atada a un tipo con leucemia.

—Te quiero a ti —suplico.

Y no se en que maldito momento comencé a suplicarle que pensara bien las cosas, porque hasta ahora solo quiero verlo bien.

—Tambien te quiero a ti —me dice, no me doy cuenta pero él comienza a acercarse a mi, de una muy incomoda manera—, no puedo seguir lejos de ti.

Sus labios se acercan a los míos y es ahí cuando nuestra magia comienza, el veneno de nuestras almas comienza a atraerse como un par de imanes.

Olvido mi odio, olvido mi rencor porque ante él soy lo suficientemente docil.

Una de sus manos se coloca en mi cuello, estimulandome a un sin fin de emociones desenbocadas.

Siento su lengua intentando saborear mis labios y lo permito, porque al menos en estos momentos me siento suya, me siento querida.

Un pequeño suspiro sale de mi boca.

Mis labios comienzan a jugar con los suyos, en un muy perfecto compás, deseosos de más.

Cuando ya va a acabar el beso, Diego muerde mi labio inferior con la suficiente sutileza para que me desnude ante él, decido no hacerlo.

Caigo en cuenta de la situación, me alejo.

—¿Que... —comienza a preguntar él sin comprender lo sucedido, aún aturdido por lo que sea que iba a pasar.

—Tendrás que hacer algo más que besarme y mojarme las bragas —le digo en un suspiro y continúo— porque esta vez un par de besos no harán que te perdone.

Lo empujo y con rapidez salgo del auto.

Escucho la puerta de su auto abrise al mismo tiempo que la mía.

—¡¿Qué mierda, Sofía?! —grita furioso—, te estoy diciendo todo lo que he pasado, creí que estabamos teniendo un momento...

—¡Creíste mal! —grito molesta al igual que él—, estas a punto de casarte y no seré tu amante.

Él no dice nada, sino hasta que escucho la voz del chico que parece no tener emociones: —Creo que ella quiere estar sola.

Theo esta ahí, con un libro en la mano, parece estar ¿leyendo de pie?

Diego suspira y sonríe sin la más minima gracia.

—¿Quién crees que eres? —pregunta Diego, poniendo sus manos casi en su cintura y moviendose de un lado a otro con evidente molestia.

—No lo sé —responde Theo—, pero supongo que tú eres el tipo por el cual ella estaba llorando.

Me señala.

—¿Qué haces aquí, Theo? —pregunto sin comprender, él se alza de hombros, cierra el libro y se acerca a mi, me toma de la mano y me jala hacia él llevandome a su lado.

No pongo ninguna resistencia y decido no darle mas importancia a Diego.

Tardamos un poco caminando, él no suelta mi mano.

—Hace un rato... —intenta formular la pregunta—, estabas hablando al cielo, quiero mostrarte el lugar adecuado para hablar con las estrellas.

Oh.

Posiblemente mi estado de locura sería el máximo por confiar en un tipo que apenas conozco, pero seguramente es más confiable que mi ciego amor por Diego.

Theo es, o al menos en lo poco que parezco conocerlo, parece ser muy frío y reservado, muestra pocas emociones y su apatía se nota a kilometros y aún así...

—Sí —sonrío quitandome un par de lágrimas con mi otra mano—, voy contigo.

Aprieto más mi mano contra la suya y él continúa caminando.

Quiéreme un pocoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora