Cinco: La primera Misión

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                   Mis manos temblaban cada vez que me vestía por las mañanas. Mi terapeuta decía que eran secuelas de los traumas de un secuestro. A veces reía cuando comenzaban a temblar, pero si alguien me viera pensaría que estaba loca. Verlas temblar me hacía sentir más humana, como si en realidad estuviera viva y no vacía. Ni siquiera era totalmente humana, pero no iba a ponerme a pensar en ello. Me tardaba más de una hora en pararme de la cama, después de despertar y ver las almohadas sumida en mis pensamientos. Me cambiaba y arreglaba las cosas que había movido por la noche con mis poderes. Después salía de la habitación y a veces me encontraba a Nat en la sala. Me sentaba a su lado sin decir nada y veíamos la televisión juntas. 

—Supongo que no soy la única que no duerme por aquí— me dijo una mañana dejando su taza de café sobre la mesa.

—Espero no ser la razón de que no duermas— me dedicó media sonrisa mientras suspiraba y sacudió la cabeza dirigiendo su mirada a la televisión.

—Supongo que todos tenemos algo que no nos permite cerrar los ojos por las noches— asentí y me estiré para tomar mi taza.

—Desearía que dormir no entrara en las necesidades básicas del ser humano— se rió.

—Bueno, siempre está el café— me reí.

—¿Cuáles son los tuyos?— pregunté hechando la cabeza para atrás. No me miraba, pero sabía que estaba muy enterada de todos mis movimientos. Natasha no tenía poderes, pero a veces podía apostar que los tenía. Hizo una mueca.

—Puedes buscarlos en internet— negué con la cabeza y sonreí. Natasha había publicado todos los archivos de S.H.I.E.L.D. después de que cayera, así que toda su vida se había hecho pública. A veces se me olvidaba, pero jamás los leería.

—Bueno, tú ya sabes cuáles son los míos— volteó a verme por primera vez, como si esperara a que siguiera hablando —No es como todos piensan, ¿sabes?— siguió mirándome sin cambiar su expresión, me sentí estúpida después de decirlo —Me refiero a que las cosas no pasaron como mi padre las cuenta— comencé a agarrarme el brazalete.

—Tony no es bueno para contar historias— asentí dándole la razón. Comenzaba a amanecer y el obscuro color del cielo comenzaba a tornarse naranja, así que podía ver las facciones de Nat más claras. Me miraba como si estuviera herida, esperando mis palabras.

—Sé que todos deben de pensar que soy una niña tonta y pequeña que se enamoró del único alienígena que le declaró la guerra a Midga...— tragué saliva —A la Tierra— esbozó una sonrisa burlona. Suspiré sonriendo y miré mis manos —No me arrepiento de nada— abrió la boca para decir algo y la cerró varias veces, seguro pensando exactamente en qué decir.

—Bueno, amar no es un pecado— subió sus pies al sofá y se recostó en este. 

           La conversación terminó ahí, lo cual estuvo bien. Me gustaba hablar con Nat porque a diferencia de los demás, jamás pedía demasiada información sobre algo. Le gustaban las cosas claras y simples, sin demasiada información que no necesitara saber. Jamás me hubiera sentido juzgada por algo que yo le dijera, por lo que me sentía muy cómoda con ella. Aquella mañana era el día de mi primera misión y no tenía la menor idea de cuál iba a ser. Mi padre iba a asignarla, así que no creía que fuera a ser demasiado difícil. Mi entrenamiento físico ahora lo daba Steve. Natasha era una opción, pero Steve quería encargarse de ello porque le gustaba la idea de que pasáramos tiempo juntos. Me apoyaba mucho e intentaba ser estricto, pero era difícil serlo conmigo. Eso no me gustaba, que Steve creyera que estaba hecha de cristal. Yo sabía todos los problemas que tenía (físicos y mentales), pero me gustaba que la gente me tratara normal.

The Lethality Behind the FlowerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora