2.Stray || Kim Seungmin

003

—Venid.

Tal y como Changbin ordena, Jeongin y yo lo seguimos.

Pasamos de un lado del vagón al otro.
Una puerta interpone nuestro camino.

—Parece que está cerrada.–Dice el menor.

Changbin chasquea la lengua y con una fuerte patada la parte den dos.

Jeongin y yo abrimos la boca de par en par.

—¿Os vais a quedar allí mirando o qué?–Pregunta molesto al ver que no lo estamos siguiendo.

Los dos reaccionamos y vamos tras él.

El vagón esta más vacío que el anterior, en el solo hay un par de mujeres con sus hijos pequeños.

—¿Cuantos vagones más tendremos que sobrepasar hasta llegar a él del jefe de Miroh?

—Yo que se, pregunta.

Ruedo los ojos tras la respuesta de Changbin.

Para saber su posición, me dirijo a una de las mujeres que esta junto a sus hijos.

Cuando estoy a punto de tocar su hombro para percatarla de mi presencia, se aparta poniendo sus manos frente a su cara.

—Lo siento, no tengo más dinero. No nos hagáis nada a mis hijos y a mí por favor.

Su voz temblorosa hace que mi corazón se oprima.

En ese momento es cuando me fijo en que aquella mujer tiene sus ropas rasguñadas y viejas. También está llena de moretones y rastros secos de sangre.

—No... Nosotros no os vamos a hacer nada.

—Gracias.–Dice intentando aguantarse sus sollozos.—Muchas gracias.

Me doy media vuelta y vuelvo al lado de mis compañeros.

—A veces es mejor no preguntar y dejar que te guíe tu instinto.–Dice Changbin.

Asiento con la cabeza, sigo teniendo la mirada perdida.

Los tres andamos dirección la siguiente puerta.

No se la razón, pero siento que este vagón es más largo que el anterior.

—Oye.–Comienza a hablar el menor.–¿Donde están los demás?

Changbin levanta su dedo índice indicando el techo.

—¿Es en serio?

—Lo es. Les pedí que vosotros vinieras conmigo por el interior de los vagones, siento que sois los menos preparados para esto de todos nosotros.

En ese momento, un sujeto completamente vestido de negro entra por una de las ventanas, haciendo que la misma se rompa en mil pedazos.

Changbin, con suma velocidad, nos aparta evitando que los cristales se claven en nosotros. Se acaban clavando en su espalda.