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¿Ocurre algo? — su voz me saco de mis pensamientos.

Todo está bien ¿por qué lo preguntas? —

Deje los papeles sobre mi escritorio y dirigí mi mirada a él.

Tardas en responder cuando te preguntan algo, no has querido comer y no estás escuchando música algo muy inusual en ti. —

No pude ocultar mi sonrisa, me conocía demasiado bien.

No podría mentirle, no a él.

Todo este asunto con los nuevos recursos para Boten me tienen agotada, Manjiro se ha comportado raro eso también me preocupa — confesé soltando un suspiro.

¿Quieres algo? — posó sus manos sobre mis hombros.

Había comenzado a darme un ligero masaje.

Me vendría bien una bebida dulce —

Entiendo — sonrió.

Beso ligeramente mi mejilla y salió de la habitación.

Seguía escribiendo en mi computadora, cuando mi teléfono comenzó a vibrar, lo levanté y me di cuenta que era koko.

¿Que se te ofrece kokonoi? No estoy de humor para lidiar contigo. —

Unos segundos de silencio me hicieron preocupar ya no sabía que podía esperarme de él.

Le he pedido perdón a Inupi, creo que nos hemos reconciliado. —

Maldije al aire sabiendo que nada estaba bien.

Podrías vivir cien vidas y nunca merecer a ese chico ¿lo sabes no? No mereces a Inui koko, eres un miserable por hacerlo sufrir —

Escupí con odio hacia el.

Colgué la llamada.

Haruchiyo me había visto muy mal y decidió llevarme a tomar un café a una de las cafeterías más bonitas de Tokyo.

Se mantuvo sobrio por el resto del día, cosa bastante sorprendente a decir verdad.

Ibamos llegando de nuevo a la base de boten cuando me dijo que tenía que irse, se me hizo extraño pero no le tome importancia, después de un rato comenzaba a tardarse oí unos disparos así que me aproxime a ver qué ocurria, cuando llegue al lugar no lo podía creer.

Manjiro

El aire de mis pulmones se escapó y las náuseas se hicieron presentes.

¿Que hiciste? — un nudo en mi garganta apenas me dejaba hablar.

El que yo considere que en algún momento fue el amor de la vida de mi hermano en estos momentos se estaba desangrando en sus brazos.

Un disparo...
Fue todo lo que se escuchó en la habitación.

Los gritos del pelinegro inundaron el lugar.

El dolor comenzaba a marearme, una bala acababa de atravesar mi piel, justo encima de mi corazón.

Podía apreciar como la sangre no dejaba de brotar de aquel lugar.

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