Al príncipe Kim JongIn, segundo en la línea de sucesión al trono del reino de Aristo, no le gustaba que lo hicieran esperar.
De hecho, nunca le sucedía. ¿Quién sería tan tonto como para hacer esperar a un hombre como él?
Su propio padre, pensó JongIn con un suspiro de resignación mientras pasaba por décima vez frente a la chimenea de mármol que había en la habitación contigua a la sala de trono. Las manecillas del reloj francés situado sobre la repisa de la chimenea daban las seis. Le habían dicho que el Rey lo recibiría a las cinco y media, pero YunHo no era conocido precisamente por su puntualidad, ni siquiera con sus hijos.
La Reina BoAh, su esposa, lo había descrito como "una lamentable costumbre", pero JongIn no era tan amable. Conocía bien a su padre y estaba seguro de que la impuntualidad crónica de YunHo no era más que una manera sutil de recordarle a todo el mundo, incluyendo a su familia, que, aunque ya no era joven, seguía siendo el rey.
Sin duda, también era ése el motivo por el que le había pedido que se reuniera con él allí, en un lugar tan formal y no en la cómoda e íntima zona privada del palacio.
Así eran las cosas y de nada servía cuestionarlas. YunHo era un soberano más que competente, dirigía bien el pueblo de Aristo, pero siempre había sido muy distante con su esposa y sus hijos. JongIn no tenía alguna objeción al respecto. Quizá a los seis o siete años habría agradecido una muestra de cariño o que su padre lo hubiese tratado con menos formalidad, pero ahora ya con treinta y uno había conseguido su propio éxito al ganar para el reino de Aristo un mayor reconocimiento internacional y mayor cantidad de recursos.
No necesitaba ninguna muestra de cariño por parte de su padre. El cariño era para perros o los gatos, no para los hombres adultos.
Miró al reloj una vez más.
Aunque comprendía el motivo, odiaba que le hicieran esperar. Era irritante y poco práctico. La reunión con su padre no duraría mucho, lo sabía por experiencia. Acababa de volver de un viaje de negocios al Extremo Oriente y YunHo quería simplemente saber si todo había ido bien, si había conseguido sumar más bancos y empresas a la impresionante lista de los que ya operaban en Aristo, pero no quería escuchar los detalles.
Lo único que importaba eran los resultados, ese es el lema de YunHo. Cómo se lograrán esos resultados carecía de relevancia.
A JongIn le parecía bien. No necesitaba que le dieran palmaditas en la espalda. Lo que ocurría era que, si el Rey le hacía esperar más tiempo, llegaría tarde a la ciudad.
Claro que eso tampoco importaba.
Su nuevo Ferrari no tardaría en recorrer las estrechas carreteras que zigzagueaban por los acantilados del Mediterráneo. Y si llegaba al Grand Hotel de Elloss, donde debía recoger a esa mujer, ella no protestaría.
Una pequeña sonrisa le curvó los labios.
¿Para qué ser modesto? Se le daba bien todo aquello que le gustaba. Las mujeres y donceles hermosos, los coches deportivos, el bacará y el enorme imperio empresarial que había creado en Aristo y New York.
La sonrisa desapareció.
En realidad, últimamente no le había ido tan bien con las mujeres o donceles.
Eso no significaba que no tuviera todos los que pudiera desear. La mujer que lo esperaba esa noche era una supermodelo. La había conocido cuando ella estaba haciendo una sesión fotográfica para la portada de Vogue en el casino de Elloss, justo cuando él llegaba a una reunión con el director; se había detenido a admirar a la esbelta pelirroja que posaba en la escalinata de mármol, vestida con un traje de seda que se le pegaba al cuerpo como una segunda piel.
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Pasión de Diamante (Kaisoo)
Romance"Una familia real dividida por el orgullo y la sed de poder volverá a unirse gracias al amor y a la pasión." Do KyungSoo era un diseñador de joyas neoyorquino que luchaba por abrirse camino en el mundo de la joyería, y había llegado a Aristo con la...